C3. Lluvia mágica

7 1 0
                                    

Ashton

Observé el cielo nublado a través de la ventana del salón que estaba justo a mi lado derecho. Suspiré apoyando mi rostro en mi palma abierta.

Sí, en septiembre las probabilidades de lluvia son bastante altas.

— Mierda no traje paraguas —se quejó Emma.

Abrí los ojos percatándome de como las pequeñas gotas, se convertía en una estruendosa tormenta.

El viento soplaba con fuerza y las hojas de los árboles se mecían de un lado a otro, mientras que otras terminaban cayendo.

El timbre sonó dando las clases por finalizado. Tomé mi mochila del suelo y caminé hasta la entrada de la universidad, la lluvia aún seguía ahí, presente.

Las personas caminaban a toda velocidad con paraguas en sus manos, intentando no mojarse.

La residencia se encontraba a espaldas del campus.

Esperé en la puerta a qué la lluvia parase, pero al parecer iba a durar un buen rato.

Observé a mi alrededor a algunos alumnos parados en la entrada y reconocí una cabellera castaña entre la multitud. Me acerqué a ella con cautela y le sonreí. Emma rodó los ojos. 

—¿Qué es lo que quieres? —cuestionó a la defensiva.

—Traje un paraguas —respondí.

—¿Y?

— Ven conmigo, acompáñame a la residencia y puedes quedarte ahí hasta que se pase la lluvia —sugerí.

—No, gracias. —se negó.

—¿Prefieres quedarte aquí a esperar a que dejé de llover o… podemos ir a la residencia y que tomes café caliente?

—Ya que. Solo porque me gusta el café —se resigno.

Sonreí orgulloso y comenzamos a caminar en completo silencio.

El ruido de las gotas de lluvia chocando contra el paraguas era lo único que se escuchaba en esa tarde lluviosa de un día cualquiera de septiembre. Y quizá me daría un resfrío luego de esto y papá me mataría por mojarme, pero quería creer que valdría la pena.

Eres un estúpido, pero ¿para qué quejarme? Si de todos modos a mi nunca me escuchas.

Corrimos a toda velocidad cuando la lluvia se intensificó.

Llegamos más rápido de lo normal debido a que habíamos corrido tratando de no mojarnos, pero había sido inutil.


— ¿Te mojaste? —cuestioné.

— No, idiota. Me di un baño con todo y ropa —dijo mirándome mal.

Aún con su mal humor fue imposible no reírme, por lo que solté una estruendosa carcajada.

— ¿Qué tanto te da risa? —preguntó con el ceño fruncido.

Conectados || En Edición.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora