C13. Diferencias

1 1 0
                                    

Ashton Zambrano

Comienzo de vacaciones.


Era la segunda vez que viajo en avión, solo, al menos. Porque lo había hecho un par de veces antes, cuando mi papá me llevaba de vacaciones hacia alguna playa.

Lo que más me gusta de los aviones es ver el cielo azul a través de la pequeña ventana y admirar los atardeceres desde esta altura. Sobretodo, porque viajar en avión significa que una aventura nueva estaba acercándose o en este caso, que después de unos largos meses vería a mi familia en unas horas más.

El grito ahogado que escuché a través de los audífonos me regreso a la realidad, la pequeña pantalla que tenía enfrente se reproducía con una película de terror.

Ya ni siquiera recuerdo haberla puesto.

Unas horas más tarde el avión había aterrizado y yo ya me encontraba en la sala de espera esperando a mi papá que venía con mi abuela.

Esperé con los audífonos puestos en lo que que llegaban. No pasaron ni diez minutos cuando sentí a alguien parado enfrente de mi. Levanté la vista aún con la música reproduciéndose y sonreí al verlos después de tanto tiempo.

Eran ellos. Mi abuela sostenía el brazo de mi papá con una enorme sonrisa y con su mirada cristalizada, parece estar a punto de llorar.

Me quité los audífonos al instante.

— ¿No vas a saludarnos? —preguntó papá con la voz temblorosa.

— No puedo creer que ya estén aquí —los abracé a ambos con fuerza.

Un nudo en mi garganta comenzó a formarse y con tantos sentimientos a flor de piel supe que iba a llorar en cualquier momento.

— No saben cuánto los extrañe —dije aún aferrado a los brazos de los dos, levanté un segundo la vista.

— Y nosotros a ti —murmuró papá.

Sorbí por la nariz y pasé el dorso de mi mano debajo de ella para limpiar mis lágrimas que no supe cuando habían aparecido.

— Vamos a casa —dijeron al mismo tiempo.

Los tres salimos del aeropuerto y subimos al auto de papá. Todo el trayecto solo hablaba de lo increíble que era vivir y estudiar en Canadá, les conté sobre los nuevos amigos que hice y lo genial que nos llevamos. Obviamente omití la parte en la que una vez fui de fiesta y termine borracho en la residencia.

— Háblame de ese amigo tuyo, Daniel —pidió papá.

— ¿Qué quieres que te diga?

— ¿Te gusta? —preguntó directamente.

No.

Síííí.

— No, claro que no. Sólo somos amigos, papá.

Sentí vergüenza de tan solo pensarlo.

— De acuerdo. Oye, hijo… —se detuvo a media oración— deberías invitar a tus amigos a la cena de navidad. Sería divertido, además, es la excusa perfecta para conocerlos.

Mi abuela le dió un codazo discreto y aunque pude notarlo no dije nada acerca de eso.

— Pero no puede, Daniel...  —no terminé la oración, no quería contar un secreto que no era mío.— Pasará navidad con su familia y Emma regresó a Francia. Eso esta del otro lado.

Conectados || En Edición.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora