17. Misiones Fallidas 2

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Secuestro: 31 días.

Canción: Misma del anterior. 

*No es un nuevo capítulo. Dividí el anterior en dos. El próximo sí es nuevo.*

No iban a encontrar a Mikaela en ellas, pero eso no quería decir que las fotos fueran menos perturbadoras. Podían significar todo, o podían no significar nada... aquellos dos cuerpos baleados en medio de la humeante recámara de oxígeno controlado.

La luz entraba a través del hoyo enorme que se había formado en el techo, producto de una granada. Cascos con visores protectores, trajes negros esparcidos a lo largo del suelo metálico, en medio de los charcos de sangre emanantes de la cabeza de quien habíamos identificado como Arthur Fletcher y a un par de metros, el cadáver de Lorenzo Fletcher, su hermano, cómplice, coautor y la lista sigue.

Un tercer charco de sangre cercano a la puerta presurizada advertía que el Calavera restante, Frederick Díaz, había estado presente en el lugar al momento de los hechos, sin embargo, en esa media hora que nos tomó llegar a la bodega, de algún modo había desaparecido junto con el arma homicida. Las muestras de sangre corroboraban que era él quien faltaba, aunque no llegaba a ser del todo claro cómo había tenido las fuerzas para moverse y no solo eso, sino también arrastrar a Mikaela si se encontraba tan débil por la pérdida de líquido vital, asumiendo que hubiera hecho estas cosas.

¿Dónde estaba el arma? ¿Fue Frederick quien disparó a los Fletcher? ¿Había sido Mikaela?

Tal vez más que antes, ella seguía siendo una incógnita. Lo único seguro era que había estado allí y sufrido, mucho. Su ADN estaba en por todos lados: Sobre un pedazo de tela viejo olvidado contra una de las paredes, en el casco de Arthur, en pequeñas gotas de sangre en el piso. Y no solo allí, sino en las herramientas que usaron para torturarla abandonadas en otras partes de la bodega, en uno de los tantos armarios transformados en celdas en el mero centro de la facilidad, en las jeringas que utilizaron para drogarla. La evidencia gritaba auténtico infierno, pero no un indicio que nos mostrara qué había ocurrido después.

—Nuestra vigilancia fue intervenida luego de que enviaremos el jet y las cámaras del lugar, las grabaciones, todo fue eliminado. No tenemos manera de saber lo que ocurrió exactamente, más que por lo que vamos encontrando a medida que revisamos la bodega. Establecimos un perímetro, estamos haciendo una búsqueda exhaustiva de cualquier cosa que pueda ser un indicio, pero en estos momentos lamento informarles que desconocemos la ubicación de su hija —admite Stevens, tan cálido como lo puede ser un robot. Aunque lo dijera compasivo y de un modo exagerado, no sería suficiente para darle paz a los Mathews.

Mientras Ben oculta su cabeza entre sus manos, Sara derrama lágrimas en silencio tomada de la mano de Finnegan, a quien el miedo y el asombro le han petrificado el cuerpo. Mark y Anabella se sostienen el uno al otro, ambos temblorosos y ensimismados, pálidos.

En lo que a la señora se le desborda el llanto, las pupilas de Samantha no podrían estar más secas. Sin embargo, su palidez es tan perturbadora como la del resto; su posición de piernas recogidas contra su pecho y los ojos abiertos, tan grandes y ovalados como dos pelotas de playa solo pueden ser la punta del iceberg de lo que debe estar sintiendo, pensando.

—Pero al menos, está viva, ¿verdad? —Anabella sorbe su nariz. La respiración entrecortada le ha dificultado el habla, pero al final se ha dado a entender. Su cabeza se apoya de la barbilla de su marido en espera de la respuesta del general o de alguno de los otros.

De inmediato presiento la incomodidad de Stevens. ¿Cómo responder algo así cuando no tienes nada? Nada que te asegure que, aunque no haya evidencia de que ella haya sido herida en el bombardeo, no esté su cadáver ahorita mismo en medio del desierto de Altar.

The Wicked MindsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora