Capítulo nueve

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El pequeño depósito de cadáveres era bastante lúgubre y triste. Cuatro cámaras mortuorias adornaban una de las paredes, las demás estaban cubiertas con azulejos blancos, que hacía bastante tiempo que habían perdido el color. Colocamos con cuidado el cuerpo en aquella tétrica camilla de lavado. No quería que los restos de Paul se deshicieran entre mis manos, pero no creía posible que tuvieran allí instrumental para hacer una ecografía. Había traído unos cuantos juguetes conmigo, supongo que deformación profesional y esperaba que fueran de ayuda en mi misión.
Se me ocurrió que quizás lo primero sería intentar subir la temperatura del cuerpo, posiblemente se esfumaría así la posibilidad de que estallara en mil pedazos.
- Jim -dije convencida- necesito unos cubos de agua caliente. Es posible que así evitemos la rotura del cuerpo.
- Quizás sí, -respondió él- pero seguro que se acelerará la descomposición...
- Tenemos que intentarlo al menos.
Cogí una esponja y empecé a mojar todo sutilmente. Una nube de vapor se creó alrededor de la camilla. Más que descongelación, parecía una reacción química. Decidí que quizás no había sido tan buena idea al fin y al cabo. Al menos las ropas ya no estaban pegadas a la piel. Rebusqué en mi maletín y saqué un fino catéter con cámara integrada. Hacía siglos que no lo usaba, y aquella sin duda, era la mejor oportunidad para hacerlo.
- Jim, necesito un monitor.
- Un ordenador portátil podría servir? -me preguntó
- Sí,  sería perfecto.
Jim abandonó la sala unos instantes y volvió con el ordenador. Preparamos todo el equipo y empecé a introducir la sonda por la boca. Dí instrucciones a Paula, para que se encargara de supervisar el monitoreo. Iba explicando lo que veía y me guiaba en la dirección correcta. Garganta, faringe, laringe, esófago, nada...
- Cómo que nada? -pregunté.
- Está vacío Rebeca. -contestó Paula asombrada
- No puede ser. -dije mientras giraba totalmente la sonda- y ahora?
- Nada, vacío.
Al menos ahora sabíamos el porqué de la merma de materia, habían desaparecido prácticamente todos los órganos internos, pero cómo habían logrado volatilizarse sin dejar siquiera un rastro, era un misterio.
Cuando terminamos el examen, Jim explicó que tenía que irse a encargarse de unos asuntos del trabajo. Nos abrazó durante unos instantes y lloramos la pérdida de nuestro amigo. Le invitamos a cenar, con la excusa de hacer una especie de funeral en memoria de Paul, aunque ya me había dicho Paula en nuestro lenguaje de signos, que podíamos consolarnos con Jim en la cama...

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