capítulo uno

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Hace mucho tiempo que oí hablar de la bruma de la sabiduría. Al principio me pareció una absurda broma británica, con tanta corrección y tanta flema, aunque mi inminente viaje a Gales  me lo iba a poner bastante fácil. Aberdaron es un pequeño pueblo pesquero, en el extremo oeste de la península de Lleyn.
Dos años atrás conocí a Paul y Jim. El primero es el típico niño guapo, que tiene a todos a su merced, gracias sobre todo a su padre, dueño de la mayoría de la flota marinera del pueblo. Cuando estuvo en Madrid era un fanfarrón incorregible, con una chulería castiza, tan innata en un maldito inglés, que hacía que todas las féminas suspiraran por él. Un gamberro pelirrojo, bien plantado y con mil historias que contar, con aquel acento tan gracioso. Yo soy más práctica, me colé por aquel cuerpo de Adonis fibroso, capaz de alzarme en sus brazos como si fuera una pluma. La primera noche que intimamos me demostró ser el perfecto amante extranjero, que desaparecerá para siempre,  cuando me haya cansado de sus  polvos. Para el sexo es increíble, pero nunca se me ocurriría abrirle el corazón. Es inútil, no tiene sentimientos y sinceramente, yo tampoco.
Jim sin embargo es casi todo lo contrario a su compatriota. Alto, delgado, desgarbado y con una pasión descontrolada e incomprensible por las historias y leyendas. Es un oyente impenitente, de los que no les importa perder horas, si es con la excusa de poder escuchar una gran historia. Son el día y la noche, no puedo comprender la razón de que sean inseparables, pero por fortuna así es.
El año de Erasmus se acabó y ambos regresaron a su pequeño pueblo. Antes de despedirnos prometí que les visitaría y mientras discutía con Paul, por teléfono las condiciones de mi visita, no dejaba de recordar aquella última noche en su apartamento de estudiantes...

La brumaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora