Capítulo trece

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Un par de agentes examinaban el desorden del apartamento, mientras el capitán me interrogaba:
- Entonces, ha echado algo en falta?
- No, capitán. Tan sólo teníamos el equipaje a medio deshacer, y los papeles que nos había confiado mi difunto amigo, Paul.
- Pero entonces, qué cree que podían estar buscando?
- No lo sé. Tendría que revisar todos los papeles. Y aún así no podría asegurar que falte algo. El dossier de Paul era bastante extenso, todavía no había terminado de leerlo.
- Está bien señorita Rebeca -dijo echando un vistazo a su libreta- necesito que esté localizada en todo momento.
- No se preocupe capitán. No tengo intención de irme a ningún sitio sin Paula. -dije resignada.
Los policías recogieron todos los papeles y se los llevaron. El capitán les siguió y cerró la puerta tras él. Las lágrimas recorrían como un torrente mis mejillas, tenía el estómago encogido y la ansiedad se estaba apoderando de mí. Cogí una pastilla del bolso y decidí darme un baño caliente.
El agua estaba tibia, al sumergirme en el agua todos los poros de mi piel se levantaron en pie de guerra. Al tocar mi entrepierna con el agua, recordé cómo eran las caricias de la lengua de mi musa allí abajo. Palpando, recorriendo e inspeccionando cada pliegue de aquel monte sagrado. Podía sentir sus manos, buscando la dureza impuesta de mis senos, abiertos a la aventura de las caricias sublimes. El roce eléctrico de su piel con la mía, energía fatídica que me hacía jadear sin descanso. Mis dedos buscaron en el interior de mi oscura gruta, creando una marea con el agua espumosa que iba y venía. Casi podía sentir sus labios sobre los míos, intentando beber de mí, el dulce elixir de la vida. Mis dedos aceleraron el ritmo y mi espalda se arqueó, cómo un arco al sentir la presión de la flecha. Mis piernas empezaron a temblar y un delicioso latigazo recorrió todo mi ser.
                                     * * * *
Estaba intentando organizar un poco el desorden del equipaje cuando sonó el teléfono:
- Si? Rebeca al aparato!
- Señorita Rebeca, soy el capitán. Podría venir a comisaría?
- Claro, pero qué ha pasado?
- Siento no poder dar más información. Pase por aquí y hablamos.
Colgué el teléfono y me vestí rápidamente. Estuve a punto de pedirle a Jim que me recogiera, pero tendría que esperarle. Bajé a la calle y en la parada de taxis había uno libre. Me subí y volamos hasta la comisaría.
El capitán me recibió enseguida. Tomé asiento, cómo me sugirió y empezó a interrogarme de nuevo:
- De qué conoce a Jim? -me espetó.
- Bueno, nos conocemos desde que estuvo con Paul en España. Aún estábamos estudiando y eramos compañeros de clase y amigos. Por qué?
- No se apure, pero las preguntas las hago yo.
- Si,  claro. Ha aparecido Paula?
- No, aún no. Ha notado algo extraño en el comportamiento de Jim?
- Bueno, es obvio que ha cambiado. Pero supongo que ésto no es España y aquí se comporta como realmente es. Obligaciones, responsabilidad, trabajo. La gente cambia.
- Puede asegurar que estuvo toda la noche con usted en el yate? -soltó a bocajarro el capitán.
- Sí, por supuesto. Cuando Paula salió, fuimos a buscarla y al no encontrarla, volvimos al barco a refugiarnos. Me tranquilizó y  esperamos la luz del día para salir a buscarla de nuevo.
- Señorita, le sugiero que se mantenga alejada de Jim por el momento. Como bien sabe, la bruma que estamos sufriendo no se extiende por todo el pueblo a la vez...
- Estoy al corriente capitán -contesté.
- Anoche se concentró primero sobre la zona del embarcadero, después fue hacia la zona norte del pueblo, a las viejas minas y examinando las cámaras de tráfico vimos algo sorprendente. Véalo usted misma.
Puso un vídeo en una pequeña pantalla. Sólo veía niebla y de repente unas luces salían de ella y avanzaban por las calles del pueblo. Cuando se alternaba la visión por diferentes cámaras, se veía cómo la bruma seguía aquellas luces, que de repente se hacían más nítidas. Era un vehículo, al que seguía la persistente niebla. Era el coche de Paul.

La brumaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora