Capítulo diez

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No pasamos buena noche, los recuerdos del día anterior eran difíciles de digerir y apenas pegamos ojo. Nos levantamos casi al alba y fuimos al yate de Paul. Quizás se nos escapó algo. Nada, todo estaba en orden. El acta de la policía encajaba perfectamente con las conclusiones que nosotras sacamos. De regreso al apartamento, comentamos lo extraño del desplante de Jim. No era propio de él dejarnos ir solas a investigar.
- Esto es muy extraño -le dije a Paula.
- Normal normal, no es. -contestó ella- creo que es la primera vez que nuestras conclusiones coinciden al cien por cien con la investigación oficial.
- No, me refiero a Jim. Huele diferente, sabes cómo es mi olfato y te digo, que aunque te parezca una locura, Jim no es el Jim que conocí.
- Estás loca -dijo Paula con sorna.
- Sé lo que digo. Su olor, su manera de mirarme el escote, las formas de intentar acercarse a tí, incluso su forma de actuar en ésta desgracia. Está raro. Lo que no entiendo es tu cambio de opinión sobre él. Estás segura de querer...?
- Será divertido -me interrumpió Paula- nos vendrá bien relajarnos y disfrutar un poco, es la forma de superar las penas.
Discutimos durante un buen rato sobre el asunto, aunque en cuestión de sexo, intentaba darle a Paula todos los caprichos. Es mi niña mimada.
Estuvimos toda la tarde metidas en la cocina, intentando hacer un banquete decente para nuestro invitado, aunque el postre seguro que no se lo esperaba.
Jim llegó puntual, como de costumbre. En ese sentido sí que seguía siendo igual. Trajo un vino, que según él, guardaba para las grandes ocasiones y nos sirvió una copa. Brindamos por la memoria de Paul y nos sentamos a la mesa. Los canapés fríos que preparamos se estaban acabando y Paula se levantó para servir el plato principal. Esa tarde estaba especialmente radiante, el brillo de su piel era espectacular y aquel minivestido que dejaba adivinar todo lo que escondía tras él, me volvía loca. Se acercó a servir primero al invitado, que aprovechó su cercanía para deslizar su mano, en rumbo ascendente por sus piernas. Aquella visión hizo que me sintiera mojada y esperaba mi turno, ansiosa por repetir aquella maniobra. No me dio tiempo. Le dio la espalda a Jim, invitando a bajar la cremallera que sostenía sus ropas, dejó caer el vestido al suelo y vino hacia mí, con sus altos tacones y unas minúsculas braguitas como único vestuario. Se inclinó para servir mi plato y sus pezones me miraron fijamente, invitándome a darles cobijo entre mis labios. No podía resistirme a aquel exquisito manjar. Primero uno, hasta que se convirtió en piedra y se alejó, dejando espacio al segundo. Jim se había levantado y se puso a la espalda de Paula, bajó la cremallera de su pantalón y sacó un miembro de cabeza reluciente, al que hizo sitio, tirando suavemente de la banda de tela elástica que tapaban las cavernas de mi mujer. Ella gimió suavemente cuando sintió la invasión hacia sus entrañas y las manos de él, buscaron dentro de mi escote, aquellas duras protuberancias que coronaban mi generoso don de maternidad. Me manoseó como nadie, como nunca, palpando para buscar mi excitación. Paula bajó aún más su cabeza, haciendo más profundas las embestidas de Jim y encontrando con su lengua el néctar de mi humedal. No me puse ropa interior y la falda ancha le había dado vía libre a mi sexo. Las luces empezaban a tornarse mil colores de espejismos, que trotan por las paredes, como la sombra de un carrusel. Jim liberó a Paula, la apartó y yo me lancé ansiosa por saborear el fruto de su pasión. Me llené la boca de deseo y de ganas. Mi interior palpitaba con ansiedad y solté su ancla de mi boca, para que buscara nuevo puerto donde fondear. La primera embestida salvaje me dejó sin respiración. Había mejorado mucho su técnica, ya lo creo. Todo era salvaje. Me montó de mil maneras diferentes, antes de descargar toda su furia desde atrás, cogiéndome las caderas con tanta fuerza, que casi dolía. Una última embestida me arrancó un grito sordo y noté como un grifo cálido inundaba todo mi interior. Las luces seguían dando vueltas, cada vez más tenues...

La brumaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora