10. Sandy escucha con el corazón

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Mi mente era mi propia jaula

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Mi mente era mi propia jaula.

Era horrible, porque no solo me aprisionaba, sino que no veía los barrotes, entonces sentía el encierro como un fantasma abrazándome con fuerza.

Nuestra dinámica en el grupo de amigas nunca era igual con todas. Con Addie desahogaba mis frustraciones universitarias porque ella estudiaba y las entendía, a Alexa recurría cuando tenía dudas sobre cómo vestirme o arreglarme, con Vicky solíamos charlar mucho sobre planes a futuro y cómo llevarlos a cabo porque ella tiene una organización financiera envidiable y Sandy... ella era como la esponja de dificultades para todas nosotras.

Cada una sabíamos que las demás estaríamos para la otra bajo toda circunstancia, pero, si se podía, acudíamos a Sandy para ser escuchadas. Ella tenía un don para eso, para hacerte sentir cómodo y hablador, como si pudieras contarle tus secretos más oscuros y ella solo los guardaría sin juicios ni rencores. Sandy sabía cuándo preguntar, qué preguntar, qué decir y si no tenía consejos, te prestaba el hombro para que al menos te sintieras consolado.

Esa noche llegó a los pocos minutos de llamarla y decirle dónde estaba, cuando me vio, me abrazó. Así, sin preguntar, sin saber nada, solo me abrazó sin decir palabra, sin esperar una explicación a cambio.

—Quiero contarte algo —dije con la voz anudada en la garganta. No estaba llorando, y no supe por qué, pues las ganas las tenía atravesadas en el paladar, pero mis ojos no soltaban nada más—. Necesito contarte algo.

Sandy me alejó un poco para buscar mis ojos. Su mirada oscura era comprensiva y dulce.

—Está bien. Te escucho.

Entreabrí los labios y quizás el nudo dentro de mí se hizo tan grande, que no dejó pasar las palabras. Mis mejillas se calentaron en el intento, mis dedos se crisparon contra las palmas. Sandy lo notó y me agarró el brazo de gancho, impulsándome a moverme.

»Vamos a caminar un poco —dijo con dulzura—. He oído que caminando las palabras buscan más rápido una salida.

Empezamos a deshacer el camino por el que llegamos en la camioneta. Era una carretera poco pavimentada y solitaria, pero no daba la sensación de inseguridad...no tanto, al menos, además, la calidez del clima incluso a esas horas de la noche, ayudaba a que no fuera tétrico el recorrido como sí lo sería en la ciudad.

Poco a poco todo sonido quedó lejos y solo nos acompañó el canto de algunos grillos y bichos nocturnos que por fortuna no estaban a la vista. Bajo los pies de Sandy resonaban las piedras, bajo los míos apenas siseaban.

Tomé aire y fijé mi vista en la carretera ante nosotras, sintiendo el consuelo del brazo de Sandy enganchado al mío.

—Discutí con Lili —dije en tono bajo, pero fue escuchado por la soledad que nos rodeaba. Sandy no respondió, pero asintió para hacerme saber que prestaba atención—. Yo tuve la culpa de la discusión.

En el armario de Kim •TERMINADA•Donde viven las historias. Descúbrelo ahora