Parte 1 - Los billetes no crecen bajo las piedras, las cucarachas sí

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"¿Qué harías si tuvieras cuarenta y seis mil millones de wones?"


No puede desearse aquello que se desconoce. Así como tampoco puede escogerse la familia en la que uno nace.

Al principio, cuando no era más que un ingenuo crío cuya única preocupación recaía en permanecer en el parque hasta que el sol desapareciera por completo, no lamentaba mi propia desdicha.

Los charcos ocasionados por las lluvias torrenciales y alcantarillas deterioradas se transformaban sin esfuerzo en lagos encantados. Masas líquidas con superficies vibrantes que alertaban de la presencia de monstruos marinos.

Las noches invernales olían a cocido con poca sustancia y a galletas de canela. Cada año, mamá prometía frente a la maltrecha chimenea que las Navidades siguientes las prepararía ella misma. La creí ciegamente, hasta que descubrí que sin un horno en el que poder tostarlas nunca existiría tal posibilidad.

Mentira piadosa, una entre miles que se acumulan con el transcurso del tiempo para producir desilusión.

Cada vez que me llevaban a la escuela pública más cercana, atravesábamos un sendero irregular de piedras y arena. Las aventuras me perseguían y yo no paraba de pensar en lo afortunado que era de que el ayuntamiento hubiera preparado ese trayecto expresamente para estimular mi imaginación. Ahora sé que no fue altruismo, sino insuficiencia de alquitrán que cubriera el vecindario. Eso, y una gran falta de interés por realizar inversiones en zonas descuidadas y abandonadas.

Cuando era pequeño me apasionaba jugar a los detectives, sobre todo, aquellas interminables tardes en las que esperaba el regreso de mis padres. Para un niño tan agitado como yo, seguir normas sin estar bajo la vigilancia de un adulto se convertía en tarea imposible. Por eso acudía al encuentro de los míos hasta que la claridad se disipaba y la negrura reinaba. Mis amigos desaparecían antes de que las tres farolas de la calle se prendieran, conscientes de que estas alumbraban tanto como una sola vela. Yo prefería esperar bajo el fulgor a que en la lejanía la figura de mi padre apareciera. Jamás me castigó por desobedecerlo, al contrario, premió mi paciencia con deliciosos pasteles de judías.

Hace años que no los pruebo, aunque la pocilga en la que vivo continúa siendo la misma.

Mi vida sería más grata si aquella mentalidad de infante hubiera perdurado con el transcurso de los años. Si esos ojos hubieran continuado cubiertos por una cortina de fantasía y ficción.

Mi vida podría haber sido más sencilla si él no hubiera aparecido para enturbiarla más.

Pero el azar tampoco está en manos de criaturas perecederas, y soñar no es más que una práctica reservada a imbéciles con mucho que desperdiciar y pocas intenciones de trabajar.

—¡Wooyoung!

—¡Que ya voy!

Es consciente de que no tiene por qué alzar la voz, las paredes son tan finas como el cartón. Pero tengo la teoría de que mi madre siente la necesidad de vaciar todo el aire acumulado en sus pulmones de sopetón. Sus gritos matutinos no sirven sólo para darme los buenos días, además, también son indicativo de que el agua caliente está a punto de acabarse. No tenemos más que una hora al día para ducharnos; cuando el vecino del primero enciende la caldera a las siete y cinco de la mañana.

Nuestra casa es minúscula, estrecha para tres personas adultas. Un zulo de hormigón con tres habitaciones y un tercio de baño. Cada año que pasa más fría, desagradable y pequeña.

✦ Sı tᥙʋɩᥱɾᥲ 𝟰𝟲 𝒎𝒊𝒍 𝒎𝒊𝒍𝒍𝒐𝒏𝒆𝒔 de ₩ᴏηєѕ [SPANISH] ✦Donde viven las historias. Descúbrelo ahora