CAPITULO 4

2 1 0
                                    


HAZZAEL.

En serio odio a Iris.

Lanzo la colilla de mi quinto cigarrillo al suelo pisoteándolo, exhalo el humo por la nariz y me acomodo la chaqueta recostándome mejor en la pared a mi lado.

La peor parte es que la rubia no es del todo culpable, Thais nunca ha sido una chica a la que se pueda influenciar, se que ella vino aquí porque quiso y eso, eso me enfurece mucho más. Ella paso una muy mala noche aquí la última vez y aun así su terquedad la incito a venir.

Es tan...

Tan...

Tan Thais. En mis años en este mundo no he conocido a alguien tan terco y testarudo como ella como para poder compararla con alguien, o algo.

¿Por qué demonios no se fijaba en su bienestar?

Es una estúpida.

Saco la caja de cigarrillos de mi bolsillo trasero y bufo al notar que ya no queda ninguno, lanzo el cartón a la calle centrándome en las personas que salen de la hermandad Capa Cute, entrecierro los ojos divisando mejor a las chicas.

Son el trió de chicas, Iris, Dalia y...

Me acerco sin siquiera pensarlo, Thais llora descontrolada tratando de respirar profundo pero ni eso puede hacer bien, me detengo en seco al darme cuenta de lo que hago. Estoy a unos pasos de ellas. Y no puedo acercarme, está prohibido. Les doy la espalda soltando un suspiro.

Por poco y lo arruino, después de dieciséis años...

Nunca digas nunca...

Veo sobre mi hombro a las chicas tras de mí, ya están subidas al auto, Iris en los puestos de atrás con Thais intentando calmarla y Dalia en el puesto de piloto mirando algo con curiosidad. A alguien más bien. A mí en específico.

Giro de nuevo mi cabeza a la velocidad de la luz enfocándome en una flor cerca de mi pie, oigo como Iris le pregunta el porqué no arranca, ella disimula y enciende el motor emprendiendo el camino de vuelta a casa por lo que me pasan por un lado en el auto. Aprieto las manos en puños. Algo paso, aun no sé el que realmente pero sospecho un poco de la razón.

Solo he visto a Thais así un par de veces, y es cuando se asusta. Le echo una ojeada a la gran casa de la hermandad a mi lado y luego me yergo volviendo a ir al otro lado de la calle a por mí motocicleta. Debo llegar a casa y averiguar que sucedió. Nada puede salir mal. No ahora. No cuando el día de la profecía se acerca.

Enciendo el motor y arranco haciendo los cambios necesarios para aumentar la velocidad perdiéndome en la oscuridad de la noche.

Entre cielo y tierra. (En Adaptación)Where stories live. Discover now