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Desde los amplios ventanales del rascacielos, el científico observa el cielo tupido de contaminación por el que la nave en la que iban sus queridas hijas desaparece, apenas la luz que proporciona se aprecia un par de segundos y finalmente desaparece. Se arregla las gafas de pasta negra sobre el puente de la nariz y con la expresión seria se dirige a uno de sus hombres.
—¿Cuántas son?
—Muchas, señor.
—¿No tienen un número exacto? —Negaron.
—Desde la base nos dicen que cerca de 4 billones. —Se acerca otro guardia con un dedo sobre su pinganillo. —Cada minuto llegan alrededor de 500.000.
—Esperemos. —Ambos asienten.
Los cuerpos de los hombres enemigos teñían las baldosas del suelo del despacho principal de color carmín, pero al científico Müller no le importó en lo absoluto. Ahora mismo su misión era asegurarse de que la producción de las máquinas del tiempo estuviese lista para cuando la señal de sus hijas hubiese llegado. Tomó aire cruzando los dedos mentalmente para que todo fuese bien.
Tampoco se fijó en como la base de sus botas se bañaba en la sangre caliente mientras se dirigía a la puerta muy bien escoltado. Las paredes pulcras y blancas se habían teñido de sangre, la masacre de hacía unos minutos de la que sus hijas habían logrado escapar aún se olía en el aire. El científico suspiró bordeando los cuerpos inertes que se interponían en su camino hacía el sótano.
—¿Cuántas hay ahora?
—4 billones y medio.
Asintió mientras las puertas del ascensor se cerraban. Sacó una llave dorada y la insertó en la cerradura del ascensor, seleccionó el piso del sótano, pasó su tarjeta de identificación y después dejó que el escáner de retina hiciera su trabajo. Al momento el ascensor comenzó a descender, mucho más abajo que el sótano de cargas, y llegó al sótano de las refugiadas. Se asomó por la barandilla del piso superior, donde nadie concurría, y observó el panorama.
Era un espacio que igualaba al tamaño de dos ballenas gigantes. Las paredes y las vigas estaban hechas de metales y cristales preciosos lo suficientemente fuertes para proteger a la gran cantidad de mujeres, niños y niñas que escapaban de los hombres y mujeres dañinos de la sociedad.
Todos hacían sus labores, apenas habían sido 6 o 7 horas atrás cuando había dado la alerta y todos se hallaban trabajando ordenadamente. Las niñas y mujeres estaban siendo las primeras en ser entrenadas para el despegue y el maniobro de las máquinas del tiempo en los simuladores.
Una pequeña parte de ellas habían sido mujeres con las que había investigado para el supuesto proyecto de mejoración de genes en el que el Gobierno lo había enredado. El resto eran mujeres que había escapado del terrible futuro que les aguardaba. Había hombres, pocos, que tampoco compartían el mismo pensar que la sociedad actual, así que se hallaban ayudando a los soldados.
A Müller le sorprendió la eficacia de todos alrededor, nadie peleaba, hacía alboroto o discutía. Las únicas voces que se escuchaban eran aquellas amenas de la propia gente riendo libremente, todos separados en grupos por lengua natal. Era todo tan distinto a los disturbios y agresiones de allá afuera que incluso quiso llorar de la emoción.
Era un hombre sensible.
Aun así se mantuvo serio e imperturbable, a pesar de los ojos brillosos en su rostro que sus guardias notaron casi al instante. Poco a poco su presencia llamó la atención de todos allí, con ayuda del personal, y se acercaron todos al hombre que estaba de pie sobre la barandilla con una bata blanca.
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El Hombre Extraño
Science-FictionLos hombres han sobrevivido y nacido con la ayuda de úteros artificiales por siglos. Ahora hay paz y no se conoce la guerra. Poco sabemos de lo que pasó hace tiempo. Se habla y conspira de un género igual desde hace milenios, las "ellas". Se hacían...