Capítulo 2.

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Al llegar a mi destino, estaciono frente a la gran casa blanca, con un estilo algo colonial pero hogareño, y bajo con mi bolso al hombro, cargando una caja de licores en mis manos además, pedido de mi querida amiga. Apenas son poco más de las 9 am, pero al ser un almuerzo, supongo que la tomatera empezará temprano.

-        Hola linda – me saluda Anastasia, la madre de mi amiga en cuanto me ve ingresar a la cocina – oh, deja le digo a Evan que te ayude con eso.

-        Hola Ana. Déjalo, yo lo bajo a la bodega – digo pasando a su lado y tomando las escaleras que dan a la planta baja de la cocina. Es más un cuarto de juegos pero Evan ingresó a la universidad este año, era el único que le daba un uso continuó al lugar y ahora se transformó en el cuarto donde se guardaban los víveres – ya está – anuncio regresando a la cocina.

-        Sabes que Evan podía hacerlo… es bueno que no pierda las costumbres de un caballero – se queja cuando me siento a su lado, en la mesa de la cocina.

-        Sí, pero si puedo hacerlo yo misma ¿para que dejar que otros lo hago por mi…?

-        A veces desearía que mis hijos fueran un poco más independientes, como tú. Bueno hablo por Gemma y Evan por qué Nicolás es diferente. Para él desearía que fuera todo lo contrario – reímos ante la referencia de su hijo mayor, aunque alcanzo a percibir algo de nostalgia. No me imagino a un soldado con mayordomo, eso sería épico.

-        Hablando de tu hija. ¿Dónde está? Por qué me llamó desesperada y no sé si se le puede llamar invitación, a su controversial forma de ordenarme que desayunara con ustedes – Ana niega con la cabeza y levanta los brazos al cielo, como si pidiera clemencia.

-        Esa chica… esta en la playa peleando con las gaviotas – elevó una ceja a modo de pregunta – es que se le metió en la cabeza, que sería estupendo almorzar a la orilla del mar y desde que amaneció esta tratando de organizar la decoración allá abajo – señala con la cabeza las escaleras que van desde la cocina, a la terraza trasera y directamente a la playa.

-        ¿No sería más práctico hacerlo en la terraza y ya después, si la gente se anima, ir a la playa? – pregunto sin poderlo evitar, pero por la cara que pone, sé que ya lo intentó y no obtuvo buenos resultados.

-        Anda y dile tu. A mi no me escucha y me cansé de repetírselo, una y otra vez – me anima Ana y por la forma en la que me lo dice, sé que ya se resignó a la terquedad de su hija.

-        Déjamelo a mi, sé como persuadirla – le sonrió y me levanto para buscar de mi loca amiga.

Después de razonar con Gemma, acerca de lo inapropiado de hacer el almuerzo en la playa y hacerle ver que las decoraciones se verían mejor en la terraza, además de que nadie tendría que pelear por su comida con las aves, accedió. Nos pusimos a organizar todo y nuestro Javi llegó tiempo después a hacernos compañía y echarnos una mano.

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Por siempre Mía. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora