Capítulo 9.

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Mi fin de semana fue eterno, entre pesadillas y recuerdos tan vividos, que hasta despierta me persiguen. Apago el teléfono para no saber nada del mundo exterior y me interno en mi casa, a lamer mis heridas en completa soledad. Sé que Javier estuvo llamando a mi puerta como desquiciado. No sé quien mas vino pero desconecte el timbre, el mismo día que salí de la base, por que no me dejaba en paz el maldito sonido.

Esto es algo que hace mucho no me pasa. El dolor que arde en mi pecho, lo creí acabado, superado y extinto, aunque la causa de esto es otro idiota que poco me importa ahora, revivió sensaciones que hace tiempo no tenía.

Pero viéndome así, encerrada en el closet de mi habitación, aterrada de que mis pesadilla se conviertan en realidad, llorando sin consuelo y perdiendo la conciencia a ratos, entre sueños lejanos de una dulce infancia, que culminó con mi madre en un féretro, y recuerdos para nada gratos de quienes me han hecho daño. Empiezo a dudar de que así sea.

Me siento débil, no sé que día es, ni la hora tampoco y la verdad es que no me importa. Pero debo llamar al hospital para reportarme enferma, si quiero que al recuperarme de este estado catatónico en el que me encuentro, seguir con mi trabajo. Que es lo poco que me queda.

Estiro la mano hacia el rincón donde deje mi teléfono olvidado, lo enciendo y al instante empieza a sonar, con notificaciones de múltiples llamadas perdidas y mensajes. Los ignoro todos y le escribo a mi secretaria que me encuentro indispuesta y que volveré en unos días a laborar. No espero respuesta, lo apago de inmediato y me sumo en el sueño más profundo que he tenido hasta ahora.

A lo lejos, en algún momento, dentro de mí aturdimiento, escucho un estruendo y cristales romperse. Estoy tan débil que no doy para levantarme he ir a ver de que se trata. Cierro los ojos y me concentró en dormir otra vez. Pisadas, voces lejanas y al final, débiles rayos de luz y la sombra de alguien que se cierne sobre mí. Solo puedo pensar en que me encontró de nuevo y llorar desesperada mientras le grito que se detenga.

Todo queda en silencio nuevamente, reprimió mi llanto, con la esperanza de que se allá ido o que se trate de mi imaginación, más alguien me toma del brazo con fuerza y no puedo hacer más que soltar un alarido de terror, crisis de pánico en proceso. Abro los ojos levemente y el azul profundo de unos ojos que no logro reconocer, me consume. Se notan preocupados, asustados, culpables.

- Lo siento - es lo que alcanzo a murmurar, antes de perder la razón, luchando débilmente contra él, y finalmente todo se vuelve oscuro.

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Siento el cuerpo pesado pero mi respiración está tranquila, en calma. Me duele la cabeza y me cuesta abrir los ojos. Me quedo quieta esperando escuchar algo más que el latido de mi corazón en los oídos, pero no percibió nada. Huela a lavanda, el aroma me reconforta y se me hace familiar. Siento una molestia en mi brazo izquierdo, la cual si reconozco, no es la primera vez que la siento.

Abro los ojos de golpe y los vuelvo a cerrar de la misma forma, es como si la luz me atravesara las córneas y se me clavara en el cerebro como si de agujas se tratara, causándome más dolor aún. Gimo, o más bien grazno, porque la resequedad de mi garganta se hace presente. Estoy molida. Escucho un movimiento y me espanto, abriendo los ojos y me aguanto el dolor inconmensurable que se apodera de mis ciernes, para buscar desesperada la amenaza con ellos.

- Tranquila, soy yo - eso voz tan familiar, que por los últimos años a sido mi apoyo, llena mis ojos al instante de lágrimas. Giro la cabeza y logró enfocarla al lado de mi cama, con expresión pesarosa, que aumenta mi malestar. No quiero ver lástima en sus ojos, no quiero ver pena, ni dolor por mi.

Por siempre Mía. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora