Capítulo 8.

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Los siguientes días, Gemma ni me dirige la palabra. Cuando me ve llegar a la sala común, se marcha, lo mismo a la cafetería. Así que decidí no incomodarla con mi presencia y comer en mi escritorio, para evitar su malestar. Sé que cuando no come bien, baja de peso muy rápido y es propensa a que le dé anemia.

Javier se muestra imparcial, pues él no sabe que es lo que ha pasado entre nosotras y para no tomar parte en ello, no pregunta pero intuyo, que tiene claro que se trata de algo grave, relacionado conmigo. Pues ella misma le dijo ese día, que no podría venir con nosotras, por que necesitábamos hablar a solas.

Hoy viernes estoy agotada. Casi no he dormido en la semana y me he saltado algunas comidas, recargándome de trabajo. Tengo una reunión con Nicolás pendiente desde hace días, pues he evadido exitosamente a todos los Ward durante la semana. Tan así, que me las arregle, en dos ocasiones, para evitar a Ana, la cual me vino a buscar días después de lo ocurrido, para indagar en el tema de mi nula asistencia a su casa.

Un soldado se plantó en mi puerta de mi oficina desde que llegué en la mañana, hasta la hora del almuerzo, para guiarme hasta las oficinas de su coronel y así lo hago, ya que no podré zafarme de nuestra cita por más tiempo. Ya van casi dos semanas de nuestra ruptura y se siente como si fuera una sentimental, que en el fondo lo es, pues a la rubia la adoro con mi vida.

Caminamos en silencio, por las instalaciones de la base hasta el edificio administrativo y entramos a un elevador algo estrecho. El chico presiona el botón del piso al que vamos y el aparato se pone en movimiento segundos después.

Unos dos pisos más arriba, las puertas se abren nuevamente y entra alguien pero al tener los ojos pegados al teléfono, revisando mensajes de mi primo, con los detalles de su próxima visita, no sé de quién se trata, hasta que su olor invade mis fosas nasales y el roce de su brazo con el mío, me obliga a ladear la cabeza para confirmarlo.

-        Lo dicho – comento con cansancio – la vida me odia…

-        En cambio yo juraría que a mi, me ama – comenta el idiota a mi lado. El soldado lo mira de soslayo pero no dice nada, regresando la mirada al frente, cuando su superior lo observa mordaz – ¿vienes a ver al coronel Ward?

-        ¿Es acaso eso de su incumbencia señor? – rebato bloqueando el teléfono, para cruzarme de brazos.

-        Debe tener cuidado con su tono doctora, esta en una base militar, y yo soy uno de alto rango…

-        Pero yo no soy un soldado señor, así que no le debo respeto, a quien no se lo merece – lo acepto, no recuerdo el nombre del sujeto y al parecer lo llena de ira darse cuenta de ello. Aprieta la mandíbula y destila fuego por los ojos.

-        Imagino que al coronel Ward si le dedica el respeto, que a mí no…

-        Él no suele propasarse como usted. Más le repito, no le importa – de repente, me sujeta con suma brusquedad del brazo y me zarandea. El soldado se pone en tensión.

-        Señor!!!

-        Dime doctora Hansen – ignora la advertencia del soldado, viéndome con rencor y escupe con ironía mi profesión – ¿ya te abriste de piernas para él? ¿Es por eso que no aceptas tener nada conmigo? Por que ya eres su puta!!! – se le marca una vena en la cien y su yugular parece querer explotar, en cualquier momento. Pero para su desgracia, yo estoy ya al limite de mi tolerancia y levanto mi mano libre, estampado la palma en su cara, tan fuerte que le giro la cabeza y hago que me suelte. El sonido rebota en las paredes del ascensor y el soldado permanece inmóvil, por la impresión. Cuando el idiota me mira con odio de nuevo y mis dedos empiezan a tomar forma sobre la piel blanquecina de su mejilla, me cuadro de hombros y levanto el mentón.

Por siempre Mía. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora