Capítulo 3

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Lila

Imbécil, Cabrón, Hijo de...

La lengua me dolía de lo mucho que me la estaba mordiendo para no abrir mi boca y salpicar con palabras cargadas de veneno la bonita fachada que tenía aquel tipo montada.

Lo odiaba.

Lo odiaba muchísimo.

Lo odiaba tanto que me sorprendía a mí misma la manera en la que me había desquitado con él.

Mientras mis ojos se centraban en estar alerta de todos sus movimientos, mi cabeza por otro lado no paraba de preguntarse que diablos hacía aun allí sentada frente a aquel dios infernal. La respuesta era sencilla: Mara.

Aquella noche por fin iba a presentarme a su novio de ensueño y como ella había dicho yo tenía que dar el visto bueno de esa relación ya que para ella mi opinión era muy importante.

Confieso que había puesto los ojos en blanco cuando ella me dijo aquello. Es cierto que me moría de ganas de conocer a ese chico del que tanto había oído hablar cosas buenas y solo lo había podido ver por fotos. Fotos por cierto donde ambos se veían super felices.

Me alegraba por ella y lo hacía de corazón. Es por eso que le dije que mi opinión no tenía porque afectar para nada en su relación mientras que ella fuese plenamente feliz.

Ella y yo nos conocimos la primera semana de clases en la residencia universitaria, más concretamente nuestro encuentro fue un tanto destructivo. Me explico.

Acababa de terminar de ordenar mi ropa en aquel diminuto espacio que debía llamar armario cuando justamente al otro lado de la pared se empezaron a oír fuertes ruidos de cosas cayendo contra el suelo. Al principio lo ignoré pensando que a mi vecina se le habría caído algún objeto al suelo pero cuando aquellos sonidos siguieron siendo constantes me dirigí hacía la habitación frunciendo el ceño. Barajaba varias opciones: que aquella chica se hubiese vuelto loca o que estuviese poseída. Sí mi imaginación no daba para más.

Di dos toques a la puerta y nadie respondía pero eso sí los objetos continuaban cayendo al suelo. Respiré hondo y puse mis manos en la cintura pensando que la mejor manera era hacer aquello de una forma más relajada... por eso pateé la puerta tres veces seguidas hasta que el pestillo cedió y pude abrir viendo el interior de aquella habitación. No es que yo tenga una fuerza sobrehumana, para nada, simplemente es que el material de aquellas puertas era tan fino como poco resistente.

Esperé muchas cosas pero no a la chica con aspecto de desquiciada que encontré en el centro de la habitación a punto de estampar contra el suelo una... ¿figurita de una princesa Disney? ¿Estaba apunto de presenciar el homicidio de Cenicienta?

Ella me miró con los ojos muy abiertos y miró tras de mí a la que había sido su puerta.

-¿Acabas de... romper la puerta de mi habitación? - balbuceó -.

Entrecerré los ojos.

-No abrías – me encogí de hombros -.

-¿Y te parece motivo suficiente? - enarcó una ceja -.

Me miraba como si la loca fuese yo por romper su puerta y no ella que tenía bajo sus pies una masacre de figuritas Disney rotas en miles de pedazos. Chasqueé la lengua. Sí Walt Disney se levantara de su tumba estaría decepcionado.

-Soy algo extremista – respondí -.

-Pu-puedes irte ¿Por favor? - inquirió ella dándome la espalda -.

TormentaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora