Libres

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Salió de aquel bosque a toda prisa, cruzó arroyos y también valles hasta llegar a su destino. Aquel lugar era conocido por todos los lugareños como "El colmillo del atardecer" por la forma de la pendiente elevada donde el sol era visto por última vez antes de esconderse. Garet no lo vio tan colorido como lo recordaba hace unos años cuando era pequeño. En tiempos de antaño estaba cubierto por un césped corto y suave donde cualquiera que pasase por allí podría echarse una siesta. Ese día el suelo estaba seco y teñido de rojo. Había armaduras ensangrentadas por doquier, más que un lugar donde las familias se juntaban a disfrutar el atardecer aquello se parecía a un campo de batallas. Las armas, los equipamientos y los cuerpos estaban desparramados por todo el camino hasta lo alto de la colina. Los caballos muertos que acompañaban a los soldados eran sobrevolados por moscas que se hacían un festín con sus restos. Su corcel que los olía al pasar mostrando preocupación se resistió a avanzar cuando se cruzaron a uno partido a la mitad con sus tripas a la intemperie.

-Vamos, no puede hacer nada, sigamos- dijo Garet apañando al animal con unos toques sobre su lomo.

El rey se concentró, cerró sus ojos y pronunció un encantamiento para develar que había ocurrido en aquel lugar. La figura fantasmal de una mujer en estado moribundo apareció detrás de un arbusto, un hombre se acercó a ofrecerle ayuda cuando ella estiró su brazo hacia él. De pronto, el alma del muchacho estaba siendo transferida a ella mientras su cuerpo se debilitaba hasta convertirse en un esqueleto, la imagen de ambos se desvaneció. Garet avanzó unos metros más y la dama volvió a aparecer, esta vez, combatiendo contra un grupo de soldados que también quedaron reducidos a huesos junto a sus caballos. El efecto del poder se había terminado, pero no hacía falta saber más para deducir que era lo que había pasado durante todo ese tiempo en aquel sitio.

Desde simples granjeros, hasta soldados, capitanes y reyes, todos encontraron el mismo final. En su recorrido hacia la cima, una armadura con un diseño singular llamó su atención. En su parte trasera llevaba grabada un escrito sobre el metal:

"Esta pechera pertenece

A Sir Victor VI, guardián del valle de Hamil.

A correspondido a su padre, al padre

de su padre y así ha sido por generaciones.

Esta reliquia familiar será usada por su dueño,

en caso de suma necesidad bélica.

Si usted la halla separada del cuerpo de su amo

significa que su alma descansa en paz

junto con sus predecesores."

Sir Victor I

Así como este, había obsequios a lo largo de todo el campo de guerra camino a la cima. Una vez arriba, el suelo se volvió encharcado, para colmo comenzó a caer una lluvia fina. Detuvo la marcha para cubrir mejor la bolsa de los alimentos y avanzaron con cautela hacia el pico de la pendiente. Desenvainó la espada sin despegar los ojos del frente, sus oídos estaban atentos a cualquier sonido que no venga de las gotas que caían en los charcos de barro. Se asomó al vacío, había unos trescientos metros de altura hasta el fondo donde el mar golpeaba las rocas con violencia.

Al darse la vuelta, una figura delgada lo observaba con el rostro oculto por una capucha. Lo único visible era el brillo de sus ojos junto a una melena rojiza que caía sobre los hombros, sus manos blancas como la luna terminaban en unas uñas rosadas. La misma mujer del bosque que casi le roba el alma estaba nuevamente frente a él. Sin mediar una sola palabra,el rey le lanzó un espadazo, pero su cuerpo no recibió el menor daño, más bien, fue como si se transformara en humo al ser alcanzado por el metal. La mujer desapareció y reapareció a unos metros riéndose de forma burlona.

Las Hijas Del MalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora