5. Sentidos

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Ella sabía a bosque, pensó él cuando sus sentidos cayeron en el beso. El sabor a té se notaba, una distracción a eliminar, de modo que pudiera concentrarse en el sabor de ella. Arcilloso, fecundo, rebosante de vida. Estaba besándolo con pasión. Aquí, pensó que era tierra seca, y su boca lluvia, cayendo sobre la aridez.

Era tentador, tan tentador rendirse a su urgencia, dejarla atraerlo al suelo de su cocina, aparearse aquí como animales frenéticos. Pero se descubrió deseando más que el destello y ardor de una cópula rápida. Así que moduló, llevó el beso a aguas más tranquilas, suavizando la caricia de su lengua, calmándola con las manos hasta que estuvieron moviéndose a un ritmo más reposado, meciéndose juntos, su suave cuerpo femenino balanceándose gentilmente en pleno contacto con la superficie más dura del suyo.

Ella abrió los ojos como un nadador alcanzando la superficie del agua. "Buen dios."

Menos estable de lo que le gustaría, él presionó los labios hinchados contra su frente. "En efecto."

Todavía estaba formulando su siguiente movimiento cuando ella comenzó a reír entre dientes. "Si las cosas van a ser tan potentes entre nosotros, ¿crees que lo sobreviviremos?"

Él la miró amablemente, los relámpagos iluminando brevemente los planos y huecos de su rostro.

"La supervivencia está sobrevalorada. Prefiero vivir."

Ella encontró su pasión con la propia.

"Vivamos entonces."

*********

Despertó a la luz acuosa de un amanecer de llovizna e hizo balance.

Estaba dolorida. Por todas partes. Al parecer, hacerle el amor a Severus Snape no era deporte para débiles.

Si le dolía, no era de extrañar. En algún momento durante el primer asalto, él había estado en pie, embistiendo en su interior mientras la sostenía en el aire con las manos debajo de ella. Ella había hecho su parte manteniendo gran parte de su peso en el aire cerrando los muslos alrededor de su cintura. Estaba razonablemente en forma, el trabajo lo requería, pero sus glúteos y corvas no parecían considerar que el esfuerzo de anoche hubiera sido "razonable". Resopló. No importaba.

La piel le escocía por la abrasión de su barba en las mejillas y los labios. Había sido suave ahí. Pero había pasado un tiempo interminable besándola, regresando una y otra vez a su boca como si fuera el manantial de todo placer. Al hacerlo haría contacto con los tiernos planos de su rostro, la textura de lengua de gato de su mandíbula dejando marcas rojas en los lugares que había visitado más a menudo.

El hombro le dolía de uno de los mordiscos que le había dado. Sólo lo había hecho después que ella hubiera hundido sus propios dientes en su hombro. No se había percatado al hacerlo que estaba extendiendo una invitación. Pero él había comprendido. Y había aceptado. Sonrió. No la había tratado como algo frágil o que se rompiera fácilmente. A diferencia de Ron, A Severus no le había importado caminar por la frontera entre placer y dolor.

Las nalgas le dolían de moretones que sus manos habían dejado cuando, al final del segundo acto, había sobrepasado su ritmo, agarrándole las caderas, y clavándola contra sí, llevándolos a ambos a una plenitud aturdida.

¿Y sus lugares íntimos? Dolían por la intensidad y la pura cantidad de sus relaciones. Después de todo, había pasado más de un año desde que había ido a la cama de un hombre. Estaría dolorida por un tiempo, suponía.

Pero, pensó, mirando la figura dormida de su compañero con satisfacción, había dado tanto como tomado. Estaban asombrosamente bien compenetrados. No habría quejas de ninguna de las partes.

El Peso de la MemoriaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora