3. Té (parte uno)

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Estaba vivo, pensó Hermione para sí misma, y ella estaba sentada a la mesa de su cocina, observándolo preparar té. Vivo. Dios. Qué hermosa palabra era ésa, ¿no?

No estaba exactamente... alegre de verla, concedido. No había esperado que lo estuviera, especialmente desde que se había visto obligada a desarmarlo en su propio camino. Probablemente tendría que pagar eso con él en algún momento. Pero, ¿qué más podría haber hecho con su varita en la garganta? No importaba. Estaba vivo. Se enfrentaría a las consecuencias.

Y una vez su llegada se había resuelto, la invitación que le había hecho a entrar en su hogar no había goteado calidez exactamente. Pero éste era el profesor de quién estaba hablando. ¿Qué había esperado? ¿Violines? Había esperado que estuviera molesto, o peor, al ser descubierto.

Así que aunque no le había sorprendido que las cosas llegaran a punta de varita, le había sorprendido una cosa... encontrarse apretada contra su coche por la carne airada, medio desnuda y empapada del profesor. Sin saberlo, había hecho un profundo sonido en la garganta. Lo imaginaba. Su traicionero cuerpo, que había estado sonámbulo desde la muerte de su marido hace tres años, había saltado al instante, atención salaz al contacto con la figura delgada y muscular del profesor. En ese momento, encontró que la distraía en el mejor de los casos, e indignantemente inconveniente.

Incluso ahora, cuando estaba completamente vestido con vaqueros (¿había mejorado su trasero, o siempre había estado tan bien debajo de toda su ondulación de Hogwarts?) y una camisa remangada hasta los codos, y al parecer estaba concentrado exclusivamente en el ritual de la adecuada preparación de té, todavía se sentía absurdamente excitada. Quizá, dada la naturaleza de sus sentimientos por él en Hogwarts, debería haber previsto que lo encontraría... atractivo. Pero esa parte de ella había estado tan inactiva desde la muerte de Ron. Vaya suerte que hubiera vuelto a la vida ahora. Maldita sea.

Severus Snape se giró con su bandeja, y miró directamente a los ojos de Hermione. Ella los bajó de inmediato; él era, lo sabía, un consumado legeremante... mejor mantener sus pensamientos de naturaleza salaz adecuadamente ocluidos.

Él dejó una colorida bandeja sobre la mesa ante ella. Una tetera de celadón azul. Dos tazas hechas a mano barnizadas en turquesa. Dos variedades de galletas de aspecto casero en un plato del color de la tierra recién removida. Crema espesa en un recipiente de un alegre amarillo. Un platito naranja de terrones de azúcar. Y un sencillo decantador de whiskey que destellaba a la luz del fuego. Un cuenco color hueso con gruesas porciones de caqui. No estaba conjuntado, pero cada pieza de la bandeja era hermosa y bien elaborada. Juntas, componían uno de los tés más estéticamente agradables, aunque informales, que jamás había visto.

"¡Eso es tan encantador!" exclamó ella.

Él encogió un indolente hombro y gruñó. "Tengo estándares, incluso para invitados no deseados. ¿Cómo lo toma?"

No se esforzó por ocultar la animosidad en su voz. Lo irritaba, todavía, que ella lo hubiera superado. No era el hecho de que ella hubiera sido capaz de vencerlo lo que lo molestaba, sino el hecho de que alguien lo hubiera sido. Admitía que ella se hubiera vuelto enormemente más hábil de lo que lo había sido, esa atadura de cuerpo con una protección no verbal era inteligente, en efecto, pero sin embargo, era una señal de que él había, de hecho, permitido que su preparación decayera aquí en su retiro. Lo había sospechado, pero, ¿que se lo hubieran demostrado de tal manera? Inexcusable. Su mera aparición aquí era evidencia de que su preparación debía mantenerse. El mundo mágico, que tan exitosamente había evitado durante décadas, podría descender sobre su montaña en cualquier momento y arrastrarlo de vuelta a su cenagal de estupidez miope. Su rostro se contrajo ante la idea.

El Peso de la MemoriaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora