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N/T Nada me pertenece. Ésta es una traducción-adaptación del relato 'The Weight of Memory' de la maravillosa escritora en lengua inglesa Theolyn. Si os animáis a leerla en su idioma original, encontraréis una docena de relatos suyos en FFN. Ésta es mi pequeña aportación para que conozcáis sus magníficas historias, si os gusta, encontraréis otra traducida en mi página, 'Patrimonio'. 

Gracias por leer y espero que me perdonéis si no os parece perfecta, pues no soy una profesional de la traducción.

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Severus Snape estaba cuidando de su bosque.

Poniendo una mano de largos dedos sobre la corteza de una secuoya, empleó su magia para determinar la firmeza del sistema de raíces. Evaluaría cada uno de los tres árboles que más probablemente sucumbirían a la tormenta en ciernes. Este segundo, sintió, estaría bien. Asintiendo con satisfacción, palmeó al viejo gigante afectuosamente y continuó.

Abriéndose paso con cuidado entre el monte bajo, regresó a la pista principal. Necesitaría reparaciones, ciertamente, una vez pasara la tormenta. Tales cosas ya no le molestaban. La zona junto al puente siempre había sido propensa a arruinarse por la riada. La había reparado antes... aunque no en años.

Hoy, con suerte, terminaría la sequía. No es que una tormenta pudiera borrar cuatro años de escasez. Los embalses a lo largo del estado estaban por debajo de sus mínimos históricos. Pero tras esta tormenta venía otra, y una tercera formándose. Las actuales condiciones más allá de la costa señalaban a una saludable estación de nevadas en la Sierra. Y ésa era la clave. Un invierno lleno de nieve produciría una primavera repleta de deshielo. Así que, con suerte, este último verano con su sol interminable y amenaza de fuego marcaría el ápice de la oscilación del péndulo.

Respiró profundamente, aromas terrosos de laurel y secuoya mezclándose con el olor picante del ozono. La tormenta sería dramática; había temperamento en el aire. Aumentó su velocidad, caminando por la alfombra de agujas caídas a largas zancadas, pero no apresuradamente. Conocía este bosque mejor que los planos de su propio cuerpo. Tenía tiempo de llegar al tercer árbol y regresar a casa antes que comenzara la lluvia. ¿Y si calculaba mal, y la lluvia llegaba a casa antes que él? Bueno, siempre había adorado estar en su bosque bajo la lluvia.

Mientras caminaba, notó que el aumento de humedad había sacado gran cantidad de los más pequeños moradores del bosque. Las salamandras, las desmandadas babosas de plátano, incluso algunas ranas valientes ya estaban activas, anticipando ansiosas el diluvio venidero. La sequía había sido larga, y aunque esta lluvia no podía esperar apagar la sed de la tierra, aun así, todo lo que vivía estaba tenso, ávido de expectación.

Llegó al tercer gigante enfermo y una vez más presionó la palma contra la corteza. Los árboles a menudo se sentían inanimados, su fuerza vital demasiado difusa para registrarla. Pero estas secuoyas eran diferentes. Como el Sauce Boxeador en Hogwarts, cada una se sentía casi consciente a su sondeo. Podía sentir los siglos de vida de ésta, podía sentir su enorme paciencia, podía sentir su propia conciencia de la tormenta aproximándose, y su propia resignación a que esta tormenta sería la última para ella.

Severus Snape suspiró. Este árbol no sobreviviría la tormenta.

Todas eran hermosas, sus Sequoia Semprevirens. Pero este gigante era el más antiguo de su bosque. Había crecido en esta pendiente, y su atroz ángulo, por la mayor parte de doscientos años. Pero ahora sus raíces ya no eran lo bastante fuertes para mantener anclados al suelo sus ciento cincuenta pies de altura. Y su voluntad, su propia magia peculiar, se había secado con la sequía. Estaba preparada.

Él podría, por supuesto, reforzar esas raíces con un hechizo; comprarle al gigante una o dos estaciones más. Pero no le haría al ser ese mal servicio. La hora del árbol había llegado. Había visto las consecuencias cuando los humanos se entrometían con la duración normal de la vida. Algunas cosas de este mundo eran fungibles, pero la vida, y la muerte, no lo eran. No participaría en evitar lo inevitable. No otra vez. Ni siquiera por esta magnífica criatura.

El Peso de la MemoriaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora