8. Misterio

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Hermione Granger selló melancólica su último informe y se lo entregó a su ayudante para que lo procesara. Al menos el viaje a California no había sido una pérdida total. Aunque había fracasado en su objetivo personal de encontrar a Severus Snape, la endeble historia que había ideado para cubrirse, basada en la vaga sospecha de que una compañía de importación/exportación con base en San Francisco había estado traficando con ingredientes de pociones gravemente adulterados, se había demostrado más acertada de lo que había esperado. Había sido suerte, en realidad, lo que la había llevado a investigar una segunda organización cuando había quedado claro que la primera no estaba involucrada. ¿Pero la segunda? Habían estado metidos hasta los codos en ingredientes ilegales de pociones, y había visto lo suficiente para percatarse de que cortar esos ingredientes con rellenos y subproductos tóxicos que podían dañar o incluso matar al comprador no había molestado a la organización ni una pizca. Sin ningún importador como testigo, había recogido pruebas, y regresado a Inglaterra para procesarlas.

Le había llevado casi seis semanas tras su regreso asegurarse las licencias adecuadas de la aplicación de la ley mágica internacional, pero al menos la quiebra había ocurrido, y ahora un suministrador responsable de crear estragos, tanto como presuntos fallecimientos, había sido adecuadamente detenido. Tenía la gratitud de sus homólogos americanos, una oferta de empleo internacional, e iba a añadir otro elogio a su colección. El reconocimiento estaba bien, pero incontables vidas mejorarían por haber resultado que buscara en el lugar correcto. Y ESO era un resultado digno de celebrarse. ¿No?

¿No?

Entonces, ¿por qué estaba sintiéndose... triste? Porque lo estaba. Todavía. Era un sentimiento vago, como dolor... familiar, sólo que no parecía centrarse en Ron. Obviamente era algún tipo de pérdida, sólo que no lo era. No había perdido nada nuevo, ¿verdad?

Seguro, había perdido el sueño de poder encontrar a su Profesor. Y eso era una pérdida. Se había convertido en una especie de afición, ¿no, buscarlo? Un objetivo. Quizá eso era todo. Sin un nuevo camino que seguir estaba marchando a la deriva... Sólo que no tenía tiempo para marchar a la deriva, ¿verdad? Había estado tan condenadamente ocupada desde su regreso. Pero ahora estaría marchando a la deriva. ¿Quizá estaba anticipando la deriva?

Sacudió la cabeza con insatisfacción. Todo era tan vago. Y ella no era una persona vaga. Siempre se había esforzado por ser precisa con su mundo interior. Pero el trabajo que había hecho recuperándose del trauma de posguerra, combinado con el trabajo sobre su dolor tras la repentina muerte de su marido, la había hecho una experta en sus propios patrones climáticos emocionales. Estaba bastante acostumbrada a saber exactamente lo que estaba pasando en su propia cabeza y corazón. Puede que no fuera capaz de cambiar lo que estaba pasando, al menos no al instante. Pero generalmente sabía qué patrón estaba causando qué tormenta. Y esta tormenta no sólo había sido intermitente, sino también insistente. No respondía a su trabajo cognitivo, o a ninguna de sus herramientas emocionales. Y parecía estar empeorando con el tiempo en lugar de mejorando.

Quizá sólo estaba... desilusionada porque su búsqueda de su profesor hubiera fracasado, que todas sus pistas hubieran, improbablemente, resultado ser cortinas de humo.

Incluso la camioneta, la magnífica camioneta verde en que había puesto tantas esperanzas, había resultado en nada. Oh, había sido comprada de hecho por un Slytherin huyendo de la guerra... sólo que no su Slytherin huyendo de la guerra. Había conocido a Tobías Evans, un amable aunque levemente chalado sesquicentenario que había huido del mundo mágico, como resultó, habiendo perdido a su esposa, sus tres hijos, y a todos sus siete nietos en la batalla final. Había comprobado si llevaba glamour, y no había habido ninguno. Era quien parecía ser. Cada aspecto de su historia había soportado su escrutinio. Una vez había sido un exitoso comerciante en túnicas, pero ahora estaba contento viviendo como un muggle en su caserío de montaña, viviendo el resto de sus días atendiendo su jardín y horneando tartas para sus vecinos. Había tenido toda la apariencia de estar contento con su nueva vida, y aun así, había estado tan agradecido de conocer a alguien del mundo mágico que había llorado, y forzado múltiples tazas de té en su persona antes de permitirle seguir su camino.

El Peso de la MemoriaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora