6. Prado

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Recordaría ese olor durante el resto de su vida. Lo que había sido un sutil perfume al borde del porche de Severus, era casi abrumador aquí. El aire estaba positivamente limpio: altas notas de agujas de coníferas y laurel remontándose por encima, y notas básicas de arcilla y fecundidad anclándose debajo. Mientras caminaban, ella seguía deteniéndose, sólo para respirar, sólo para beberlo. Y en lugar de impacientarse, él parecía comprender el impulso, y agradecer las frecuentes pausas en el camino.

El bosque. Era tan diverso, estaba tan vivo. Podía sentir los árboles dándole la bienvenida. ¿Y a él? Prácticamente se extendían hacia él en su amor. Obviamente estaba antropomorfizando. En realidad no era amor. Pero era, razonó para sí misma, el tenue equivalente botánico. Era como si los árboles quisieran que ambos se unieran a su celebración de la saciedad de una sed poderosa.

Era encantador.

Mientras ella deambulaba, Snape mantenía su propio consejo, esforzándose mucho por no meterle prisa de ningún modo. Aprobaba su apreciativo andar sin prisa, la forma reverente en que tocaba el manto de hojas, retiraba una rama caída de su camino, presionaba la mano en la corteza de un roble negro, aplastaba una hoja de laurel bajo sus fosas nasales para liberar su limpio olor resinoso. Esos eran los mismos rituales que él atesoraba en su pedacito de bosque. Que su aturdido deleite al ver una babosa de plátano fluorescente de ocho pulgadas fuera ensombrecido por su percepción de la belleza de su brillante rastro mucoso, parecía mayor prueba de que ella, y sólo ella, podría ser capaz de amar su bosque tan profundamente como él lo hacía.

Puede que él no chillara cuando percibió una de las salamandras locales, erguida en sus orgullosas patitas, su vientre de color óxido justo por encima del manto de hojas húmedas... pero comprendía el impulso de hacerlo. Había pasado muchas horas tumbado observándolas. Después de todo, aunque pequeñas, eran una de las pocas criaturas mágicas nativas que todavía residían en este urbanizado rincón del globo.

Así que no dijo nada cuando ella conjuró un impervio en su ropa, y descendió sobre su propia barriga sobre el suelo para pasar unos minutos mirando la salamandra. Ésta era una Salamandra Tigre de California, una hermosa, aunque no tan rara como la de largos dedos que había señalado antes. La criatura había respondido a su encantamiento murmurado con una pequeña miraba anfibia antes de rodar de regreso a su bosque. Ella se puso en pie, le sonrió sin arrepentimiento, y continuó caminando.

Ella podría amar este lugar, pensó él. Sí, podría.

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Él le había hablado de su prado ayer durante un intervalo tranquilo. Cómo los años de sequía lo habían castigado, cómo la tierra era una cazuela dura, quebradiza, poblada sólo por los restos marchitos de hierbas nativas. Así que cuando se aproximó al claro entre los árboles, estaba preparada para un yermo árido.

Pero salió del bosque a la luz acuosa del sol, para encontrar una delgada, pero arrebatadoramente brillante alfombra de verde.

"Oh, Severus," dijo ella, absolutamente sobrecogida. Era como un milagro salir de la oscuridad del bosque a este oasis de hierba, con sus vistas de árboles y campos, distantes colinas y el verde valle de abajo. Cuando había llegado al norte de California, todo había sido marrón... y ahora, menos de una semana después, todo era sorprendente, agradecidamente verde.

Severus descubrió sus propios ojos acuosos ante la visión. Su prado. Su hermoso pardo había regresado a él.

Hermione levantó la mirada, vio el brillo en los ojos de su compañero, caminó tras él, y le envolvió los brazos en la cintura. Se apoyó contra su espalda, cuerpo tocando cuerpo, observando en silencio la extensión de renovación ante ellos... y fue recompensada al sentirlo apoyarse en ella.

El Peso de la MemoriaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora