Sin alcohol

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     Estamos acá, sentados en el pasto, alejados de la zona iluminada por los farolitos de la plaza. Te acostás, tranquilo, como si todo el tiempo del mundo estuviese disponible para vos. Estás igual que aquella noche, con la pequeña gran diferencia de que el aroma a alcohol no se encuentra impregnado en tu aliento ni en tu piel.
     Se nota que estás sobrio porque no emitís palabra, solo te limitás a cruzar miradas por unos segundos y luego cerrás los ojos.
     —¿En qué pensás? —me animo a preguntar.
     Tus labios se ensanchan en una sonrisa, la cual no sé interpretar.
     —¿Te acordás cuando te lancé una pelota en gimnasia? —Asiento—. No fue que te salvaste por ser rápida, sino que le erré al tiro a propósito para no lastimarte.
     —¿Por qué? —Sé tu respuesta. Sé lo que vas a decir.
     —No sé —Y ahí estás, cerrándote otra vez. Con un par de cervezas encima le habrías dado rienda suelta a tus pensamientos.
     —Ah...
     Me acuesto junto a vos. Las estrellas del verano apenas son visibles por la contaminación lumínica de la plaza.
     Ya pasaron dos semanas desde el fogón que hicimos con ex compañeros, donde me confesaste, sin estar del todo consciente, que siempre tuviste un sentimiento profundo por mí. Recuerdo que miré las lucecitas en el cielo, así como ahora, mientras encajaba la última pieza de un puzzle que había dejado atrás hacía años. Me preguntaste qué sentía y no supe responder. ¿Quiénes éramos en aquel entonces? El problemático divertido y la princesa rebelde, tal vez. Sé que todo lo que ocurría durante los 45 minutos de cada clase eran parte de nuestro juego, un juego que nunca dijimos las reglas pero que conocíamos bien: yo te molestaba y vos a mí, en una guerra constante por un orgullo que existía entre cuatro paredes. Sin embargo dejé de considerarte un enemigo al poco tiempo, por lo que nuestra rivalidad solo era dentro del salón. No sabías abrirte a las personas y yo era un desastre hormonal que no se dejó llevar por la curiosidad de conocerte a fondo. El problemático divertido era un pibe fácilmente influenciado por la mala junta y la princesa rebelde era una gurisa que usaba la superioridad como mecanismo de defensa; a ambos nos había apaleado el mundo. Por momentos dejaste entrever ese sentimiento que hacía chirriar una parte de mí. Negué que existiese ese interés, me autoconvencí de ello... hasta esa noche. Las chispas del fuego revoloteando hacia arriba, el aroma a mar, las botellas de cerveza que chocaban en brindis sin sentido y latas aplastadas por casi jóvenes adultos borrachos. No sé qué hora era cuando, acostados sobre la arena, nos encontrábamos solos. Las risas de nuestros compañeros se escuchaban a lo lejos, y, por momentos, se perdían gracias al agua tropezándose en la orilla. Me miraste. Tus mejillas se habían convertido en dos círculos sonrosados, igual que cuando te agitabas en Educación Física. Al principio no entendía por qué halagabas las prendas que llevaba puestas esa noche, sin embargo poco a poco fui descubriendo qué dirección tomaban tus palabras. Y lo dijiste. Confesaste un sentimiento hacía mí que no sabías darle nombre, pero que te había atormentado durante toda nuestra adolescencia. En un instante mi cuerpo, mente y alma se paralizaron, conectando los cabos sueltos del pasado. Me preguntaste sin filtro si yo había sentido lo mismo, a lo que yo contesté un sincero "no sé". Jamás me cuestioné mis sentimientos hacia vos, pues durante esa época habíamos sido conocidos, compañeros de clase. No debía haber nada más entre nosotros, ¿no?
     —¿Qué pasó en el fogón? —me devolvés al presente. Tu ceño está fruncido y ahora te encontrás sentado. Con dos movimientos podrías colocarte encima de mi cuerpo, por lo que me paralizo de los nervios.
     —¿Qué pasó de qué? —pregunto, fingiendo desentendimiento.
     —No soy boludo —Tu mano se apoya al lado contrario de donde estás, cruzándome. Te acercás a mi rostro y aspiro tu aliento a caramelo de menta mezclado con cigarro barato—. ¿Qué pasó cuando estuve borracho?
     —¿Por qué lo decís? ¿Pensás que te pasaste conmigo o qué? —Me convierto en aquella adolescente rebelde de nuevo, increpándote como en los viejos tiempos.
     Te levantás sin decir nada. Agarrás los cascos de la moto y lanzás uno al lado de mí.
     —Te llevo hasta tu casa, dale.
     Me siento, decidida a soltarte de una vez todo. ¿Qué sentido tendría ocultártelo?
     —Borracho sos más abierto, ¿sabés? —Te das vuelta y noto tu expresión agresiva, aunque el destello de tus pupilas muestra que el miedo y la sorpresa carcomen tu mente en este momento.
     —¿Qué decís...?
     —Pensé que me ibas a chamuyar casual, pero no, te pusiste re nostálgico y terminaste admitiendo que en toda nuestra adolescencia te llamé la atención, que sentías algo pero nunca supiste qué —Tomo el casco y me levanto, para luego entregártelo—. Gracias, pero mejor me voy caminando.
     —¿Y vos?
     —¿Y yo qué?
     —¿Vos sentiste algo por mí? —soltás igual que cuando olías a alcohol—. ¿Te llamé la atención? ¿Qué fui para vos?
     —No sé —respondo tajante—. Eras un compañero más de clase. Me caías bien porque sabía que en el fondo, a pesar de la gente con la que te juntabas, eras una buena persona. Pero...
     —¿Pero...?
     —...si te hubieses acercado más a mí, nuestra historia habría sido distinta.
     Te doy la espalda y me retiro del lugar a paso tranquilo, como si ni siquiera fuera consciente del impacto que acabo de provocar con mis palabras. No soy capaz de mirar hacia atrás, de encontrarme con tu rostro despedazado.
     Te apuñalé, sí. Y tuve mi motivo egoísta. Porque al final de este cuento, quien estaba levantando muros sin alcohol no eras vos...

Luces de mi alma [Completa]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora