1. El rápido ritmo de vida del Instituto Ubuyashiki

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Era un día cualquiera, tan aburrido como siempre. Debía levantarme, hacer el desayuno, asearme y luego salir disparada para no llegar tarde al colegio, como era mi maldita costumbre.

La verdad era que el levantarse de la cama era una tarea difícil para mí, no puedo evitarlo, me gusta dormir. Aun así, lograba hacerlo y me dirigía a la escuela, pidiéndole al cielo que ya terminara el día para regresar a casa y seguir practicando el manejo de la espada.

Mi escuela no era mala, de hecho, era de las «mejores» a nivel nacional, pero era por este motivo que tenía desdén hacia ella, ya que había alumnos con mucho talento: algunos se les daba el estudio de manera fenomenal, gracias a su memoria fotográfica; otros destacaban en sus talleres y la mayoría ganaban concursos contra otras escuelas, concursos de cualquier cosa. ¿Y yo? Bueno, era muy buena durmiendo y comiendo pan al vapor. La realidad era que no me interesaban esas cosas.

Era momento de iniciar un nuevo ciclo escolar, un año nuevo donde todo comenzaría. Era algo triste, ya que mi única amiga había abandonado la escuela, gracias a un problema entre sus padres que decidieron divorciarse y, bueno, ella se fue con su madre, a otro país.

Por fin llegué a la escuela Ubuyashiki, observando su fachada abrumante. Respiré profundo y entré con calma, mientras trataba de hacerme a la idea de que me iría bien. Todo era cuestión de simple de actitud.

Me acerqué a mi casillero para acomodar mis zapatos y mis libros, mientras exhalaba de nuevo, recordando a mi amiga mientras veía una foto nuestra que había pegado dentro.

—Fue un largo suspiro.

Giré sobre mis talones, con el ceño fruncido, mientras observaba a Tomioka, ahí de pie, viéndome con su rostro sereno de siempre.

—Sí, voy a extrañarla... —respondí, cerrando el casillero y tomando mi mochila.

—Supongo. ¿Qué harás entonces? No sabes estar sola...

—No lo he pensado mucho... ¿Tienes con quién juntarte? —pregunté, con una pizca de esperanza de no andar sola por la escuela en los descansos.

Él no contestó, simplemente giró la cabeza, observando un grupito de chicas que cuchicheaban y murmuraban entre ellas, sonrojándose al ver a Tomioka.

Entonces recordé: él siempre andaba solo por dos razones: una, era muy popular entre las chicas, por lo que decidía alejarse de ellas para evitar escenitas; y la segunda, razón que Shinobu le recalcaba cada que podía: no le agradaba a la gente.

Esta razón era suficiente para que ambos terminaran peleándose diariamente.

Se preguntarán, entonces, si Shinobu y yo somos mujeres, ¿por qué somos la excepción a la regla de Tomioka? Pues ella creció con Tomioka, se conocen desde hace bastante tiempo, y conmigo fue porque jamás mostré interés, y él se dio cuenta cuando nos tocó trabajar juntos en un proyecto de laboratorio. Él me había mencionado que le había agradado mi carácter, algo tosco cuando me enfurecía, pero amable, al final de cuentas.

La realidad era que lo que pensaba Tomioka era: «no eres tan molesta como las otras».

Volví a observar a Tomioka, que ahora caminaba apacible, sin decir nada más, y continué:

—Lo siento. Creo que andamos juntos la mayoría del tiempo.

—Y tienes a Shinobu.

—Sí, pero ella es mi maestra; me ayuda a pasar materias como biología y me instruye para no reprobar. La veo con demasiado respeto, no puedo llegar y decirle: «¡Ey! ¡Juntémonos! ¡Seamos amigas!» —me burlé, levantando los brazos y riendo por lo estúpido de mis pensamientos.

Encontrándome entre las llamasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora