23. Mi esperanza eres tú

352 55 5
                                    

La noche llegó con calma, como si nada estuviera mal en el mundo. Pero sí estaba todo mal para nosotros.

La desesperación, el enojo, la ira, la desesperanza y la frustración invadían los corazones de los que ahora estaban involucrados en esta historia; los que habían desarrollado cariño por sus amigos cercanos.

Cerca del río, donde la pelea se había efectuado, bajo un puente, oculto, se encontraba Kyojuro, sentado de rodillas, completamente herido. En su costado derecho salía bastante sangre, mientras que uno de sus ojos se encontraba cerrado, cubierto de sangre que chorreaba desde su cabeza.

Había herido de gravedad a Akaza, de hecho, estuvo a punto de cruzar una línea delicada que no debe cruzarse jamás, la línea de asesinar a alguien. El odio que sentía hacia ese sujeto lo había impulsado casi a cometer lo prohibido; pero la duda, las palabras de Tomioka: «no hagas nada estúpido», y el rostro de su novia al saberlo, ¿qué pensaría?

Esa duda, ese momento le permitió a Akaza darle un golpe profundo en el costado del estómago, aunque Rengoku había reaccionado de prisa, atacando al cuello de su oponente.

Akaza huyó, en cuanto sirenas de policía sonaron a su alrededor. Rengoku apenas pudo esconderse en el puente, metiéndose un poco al río.

Pudo escuchar que Akaza era apresado por la ley. Cuestión que lo tranquilizó: Dai estaría segura, sus seres amados ya no correrían peligro.

El dolor del costado lo obligó a encorvarse, tocando su herida: estaba perdiendo mucha sangre.

No sentía fuerzas para moverse ni para hacer algo; había dado toda su energía en el combate. Solo pensaba en la seguridad de Dai y ya lo había logrado, estaría tranquila y segura.

Intentó levantarse, pero no pudo, provocando que saliera más sangre que antes.

«Bueno... creo que ya no puedo hacer más», pensó, con una sonrisita.

Entonces, su celular que estaba tirado un poco más allá, sonó varias veces, hasta terminar, para luego volver a insistir.

Rengoku hizo un esfuerzo tremendo para tomarlo y contestar.

—¡Kyojuro! ¡Por fin contestas! ¿Dónde diablos estás?

—Tomioka...

Al escuchar la voz de Rengoku, Tomioka sintió algo similar al miedo:

—¡Kyojuro! ¿Dónde estás? ¿Qué ha pasado?

—Dai estará bien... ya no hay peligro... pero... no puedo moverme... Tomioka, por favor...

—¡No lo digas, no te atrevas a decirlo! ¿Dónde diablos estás?

—El puente... del Río en Cauce...

—Kyojuro, iré por ti. Solo quiero que me escuches con atención: Dai despertó, y al enterarse de que fuiste por Akaza se puso incontrolable, si no la sedan hubiera salido a buscarte. Ahora está dormida por la medicina, pero su rostro está más compungido que antes. Lloró como nunca. ¿Vas a permitir eso?

Rengoku respiró varias veces, con dolor:

—¿Dai lloró?

—Sí. Ahora espérame, iré por ti. ¡No te rindas! ¡Resiste!

Y colgó, mientras Rengoku se quedaba ahí, impávido.

Se sentía como un tonto, la había hecho sufrir de nuevo, cuando se prometió que no lo volvería a hacer nunca.

«Dai...».

Sacando fuerzas de quién sabe dónde, se levantó, quejándose de dolor, para comenzar a caminar lentamente, dirigiéndose al hospital.

Encontrándome entre las llamasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora