12. Quizá si...

526 76 23
                                    


El dichoso viernes llegó, con el cielo nublado, pero sin lluvia; al menos algunos rayos de sol se asomaban entre las nubes esponjosas.

Yo no podía controlar mis manos, que temblaban con locura, además de que los dolores de cabeza de los que sufría constantemente habían regresado. La paz sin ellos había durado bastante. Quizá fuera culpa del estrés, por mi miedo de ver a Rengoku.

Pero le había hecho una promesa a Tomioka y a Tanjiro. Debía ser valiente y confiar. Aún había una ligera posibilidad, aunque no quería hacerme ilusiones. Debía mantenerme serena, ante todo.

Mientras más se acercaba la última clase, más era mi nerviosismo, causando que el dolor de mi cráneo aumentara.

Y sería peor, no me imaginaba lo que cambiaría desde este día...

La última clase del viernes era historia, impartida por un profesor ya entrado en años, pero que era una eminencia en la materia. Su clase me gustaba, pero ese día mi mente se encontraba lejos del salón, vagaba por el dojo de la escuela, encontrándose en ocasiones con esa sonrisita...

Diez minutos para que acabara la clase... Ahora en serio me dolía el estómago junto con la cabeza.

Alguien caminaba con porte entre los pasillos, con su uniforme de diario, metiendo sus manos en los bolsillos del pantalón.

¿Qué era lo que sonaba? ¿Cuchicheos? Bueno, era viernes y todos estarían ansiosos por comenzar el fin de semana. Seguro era eso. Cinco minutos para que acabara la clase...

Aquella persona seguía caminando, sin detenerse, ahora en el segundo piso, provocando que los alumnos que ya habían terminado la clase, lo vieran con gusto, otros con admiración, provocando los cuchicheos.

Tres minutos...

—Bueno, ¿alguien tiene alguna duda del tema? —preguntó el profesor. Nadie dijo nada—. Perfecto. Traigan leído el tema diecisiete y quiero un informe completo de no menos de doscientas palabras.

En eso, la puerta del salón se abrió, mostrando a Rengoku, sonriente:

—¡Buenas tardes, profesor! ¡Espero no interrumpir!

—¡Ah, Kyojuro! Acabo de terminar, ¿algún asunto importante?

—De hecho, sí —respondió, volteando a verme directamente con esa ancha sonrisa.

Tanto yo, como Tanjiro, Zenitsu e Inosuke nos quedamos petrificados. Yo por el nerviosismo de verlo de frente, como si nada, y mis amigos porque no podían creer el grado de cinismo o valentía que tenía Rengoku para ir hasta su salón, un viernes, antes de su clase. Tomioka simplemente colocó una de sus manos en su frente, tratando de evitar las ganas de reír.

Se notaba que Rengoku había salido de clases para ir directo al segundo piso, ni siquiera se había cambiado a la ropa de entrenamiento.

—Hoy reparan el techo del dojo, ya que acabaron la piscina —contestó, observando al profesor de nuevo—. Así que llevaré a mis alumnos de segundo al lugar donde entrenaremos hoy.

—Oh, vaya, ¿insisten en trabajar en estos horarios? —preguntó el profesor, tomando su maletín para salir del salón, solo deteniéndose para charlar con Rengoku.

—Hablé con el director sobre la situación, ya que casi provocan un accidente; pero los trabajadores tenían problemas con sus horarios, así que no pude hacer más. Por hoy los llevaré lejos del dojo para que estén a salvo mis pupilos.

—Pues mucha suerte, joven Kyojuro. Que le vaya bien —se despidió el profesor.

—¡Igualmente, profesor! —respondió Rengoku, haciendo una ligera reverencia.

Encontrándome entre las llamasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora