Capítulo 6: Pistas

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—Entonces ¿no hay ADN?

—Peor: lo hay, es evidente.

—¿Y cuál es el problema, doc?

Clement, el agente Weaver, Jack y Marlene Boardling estaban en la sala forense junto al reciente cadáver. Eran altas horas de la madrugada, pero el Primer Ministro estaba alterado y quería atrapar al culpable cueste lo que cueste (y lo mas pronto posible también) dado al pánico que estaba despertando en el publico, tras la noticia de esa misma tarde.

—No hay información molecular... Es como si tuviéramos la lata de Coca-Cola sellada, pero estuviera vacía por dentro. No es algo posible, ni lógico pero es algo que esta allí y pueden comprobarlo.

Les acercó a su mesa de trabajo y dejo que, uno a uno, revisaran la muestra encontrada en la mano de la victima. Los tres hombres comprobaron las palabras de la doctora, con los ojos abiertos, los vellos corporales erizados y un peso oprimiendo sus estómagos.

—¿Có-cómo...? —Jhon Weaver no podía formular la frase ni en su cabeza. Aquello era inconcebible.

Los ojos almendrados retenían una caterva de preguntas y quejas que no serian soltadas, sus cejas apretadas contra el puente de la nariz, su labio torcido y sus manos sudorosas fue la única respuesta a la pregunta inconclusa. Los tres agentes se despidieron de ella y le agradecieron su trabajo, saliendo de allí con una nube negra sobre sus cabezas.


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Estaba reclinado ligeramente sobre su sofá carmín, a punto de entrar en trance. Y, por una milésima de segundo, sintió una oscura sombra recostarse sobre su hombro derecho. 

Sus ojos se cerraron y su mente viajo muy lejos... para volver sobre sí con otro nombre y en otro tiempo.

Hacía un frío espantoso, calando en lo más profundo de sus huesos. Pero no se movió, su lugar era velar el sueño del Rey. Aún no se podía creer la suerte que tuvo, al toparse con el hombre de los ojos más hermosos que haya visto nunca. Le salvó la vida, literalmente.

Estornudo bajo una vez más, observando el ir y venir de los criados que cuidaban el castillo de noche. Silenciosos y precisos, entrenados desde jovencitos para la tarea. A él seguían llamándolo One Eye, a pesar de que Charles le había dado un nombre. Su nombre real, para más acierto: Einar. Había una calidez tan grande cuando los labios rojos del Rey pronunciaban su nombre como si estuviera susurrando al oído de un amante... Él sabía que no debía pensar de esa manera, pero Charles se había convertido en amigo y confidente. Su relación era tan estrecha, que se enamoró perdidamente del hombre de cabellos rizados. E, intuía, que era correspondido por el monarca.

Un ruido casi imperceptible lo distrae de sus pensamientos. Controla su respiración, escanea su alrededor y se oculta en las sombras, esperando por el momento oportuno. Entonces, una cabeza asoma por una de las ventanas. La ira y la preocupación invaden el pecho del guerrero nórdico, pues sabe bien quién es el asesino que se va acercando por el pasillo rumbo a la recámara real: Valheim, bien conocido por no fallar en ningún trabajo.

Become the Beast -Hannigram-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora