Capítulo 18 - Tiempo

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Se dirigió a la habitación, comenzando a arreglar la cama que aún estaba desordenada. Sonrió al recordar cómo había despertado sintiendo el olor del ruso ingresando por sus fosas nasales, negando rápidamente con la cabeza para disipar aquellos pensamientos al tiempo que sus mejillas se tornaban de un tono rojizo.

Terminó de arreglar la cama, dirigiéndose hacia la sala al escuchar la puerta de afuera cerrarse. Pudo observar a Volkov buscando algo con la mirada, deteniendo ésta justo sobre él y sonriendo tímidamente, como si hubiera encontrado su objetivo. Nuevamente, negó con la cabeza, dudaba que el ruso estuviera pensando en esas cosas, después de todo, no tenía pinta de ser una persona sentimental como lo era él.

- ¿Cómo está Mika? – se acercó a la mesa del comedor, comenzando a inspeccionar las cosas que Jack les había traído.

- Pues... le veo contento, la verdad – respondió, acercándose al mismo sitio.

- Me imagino – tomaba cada una de las cosas, como si en ellas hubiera mucho que inspeccionar, cuando en realidad solo intentaba no mirar directamente aquellos ojos grises que últimamente le causaban más efectos de los que le gustarían.

- ¿Cómo que te imaginas? – rio ligeramente.

- Pues claro... en tu casa solo veía paredes – bromeó en voz baja, con miedo a que aquello pudiera resultar ofensivo para el ruso. Sin embargo, en respuesta escuchó una suave risa, tan melodiosa como siempre.

- Es verdad – los hombros del moreno, que hasta el momento se encontraban tensos, se relajaron al darse cuenta de que no le había enojado – nunca le había visto tan contento.

Un silencio se instaló en el ambiente, mientras ambos revisaban cada una de las cosas que se encontraban en la mesa.

- Jack dijo que esto debería durar una semana – señaló las provisiones.

- ¿¡Una semana!? Pero si esto apenas alcanza para tres días – su ceño se frunció, sabiendo que no podía reclamar demasiado, pues estaba siendo ya lo suficiente amable al prestarles la cabaña.

- Jack dijo que podíamos ir a comprar al pueblo si era necesario – intentó tranquilizarle – también podemos usar las cosas del huerto, yo creo que nos las arreglaremos bastante bien.

Un suspiro cansado salió de los labios de Horacio.

- Sí, supongo... - comenzó a tomar las cosas, llevándolas poco a poco para guardarlas en los armarios de la cocina.

Volkov le observó, comenzando a ayudarle en silencio mientras sonreía sin darse cuenta. La cotidianidad de las recientes interacciones no le desagradaba en absoluto, incluso podría afirmar que comenzaba a gustarle mucho más que la soledad de su vida anterior.

Se sentía egoísta por pensarlo, pues estaban ahí por culpa suya, por sus errores, estaban escondiéndose de gente que no dudaría en pegarles un tiro si fuera necesario, pero aun así, se sentía más feliz de lo que había estado en toda su vida.

No sabía si se debía al hecho de estar acompañado o al acompañante que tenía, pero poco le importaba mientras colocaba las latas de sopa en el armario y limpiaba con cuidado las verduras antes de colocarlas en la canastilla, lo único que importaba era la sonrisa inconsciente que se dibujaba en su rostro.

Tras colocar todo en su sitio, Volkov se había dirigido nuevamente al invernadero a seguir cuidando de las plantas. Las horas se le pasaban volando cuando estaba en aquel sitio, sembrando plantas nuevas y dándole los cuidados adecuados a cada una de las que se encontraban ya ahí.

Horacio había decidido quedarse dentro de la cabaña, intentando encontrar alguna distracción, terminando por ponerse a limpiar algunas cosas que se encontraban polvorientas.

*****

La noche había caído demasiado pronto, obligándoles a buscar alguna solución para la cena, concluyendo en algunas verduras cocidas con un poco de sal, pues preferían dejar la sopa para el desayuno de los días siguientes.

Al finalizar, casi por inercia, se dirigieron ambos hacia la habitación, dándose cuenta de sus acciones cuando se encontraba uno a cada lado de la cama, con las mejillas sonrojadas, esperando a que el contrario se recostara primero.

Volkov fue el primero en tumbarse, cediendo ante los nervios que le obligaban a darle la espalda al moreno antes de que éste se diera cuenta de los colores que ahora decoraban su rostro.

Aquello se había vuelto una rutina con el paso del tiempo. Cada día, Volkov se dedicaba a cuidar el huerto, mientras Horacio ordenaba la casa o cuidaba a Mika, pues Perla se mantenía con Jack, siendo su medio de transporte cuando les llevaba provisiones.

Horacio aprovechaba cada semana, los días de visita de Jack para pasar el mayor tiempo posible con ella, mientras Volkov se dedicaba a distraer al azabache para que el tiempo del moreno con Perla no fuera tan corto.

Sabía que la extrañaba, pues le había sorprendido contando los días faltantes para que Jack volviera, así como algunas veces había husmeado en las conversaciones que tenía con Mika, en donde le hablaba sobre cómo había conocido a Perla, la forma en la que su padre cuestionó que haya elegido una yegua en lugar de un caballo, y cómo esa había sido la primera vez que tomó una decisión propia.

Habían creado una atmósfera íntima, ganando cada vez más confianza entre ellos, regalándose de vez en cuando sonrisas discretas, platicando sobre cómo les había ido en el día y lo que habían hecho, a pesar de que cada uno era consciente de lo que el contrario había estado realizando.

Por las noches, se dirigían inconscientemente a la misma cama, recostándose cada uno en un extremo, para amanecer abrazados, deseando que el reloj se detuviera para no tener que separarse nuevamente. Sin embargo, parte de aquella costumbre consistía en que Horacio fingía seguir durmiendo para estirarse mientras se apartaba, permitiendo que Volkov se levantara y el día transcurra como siempre.

El ruso no era tonto, pues con el paso de los días se había dado cuenta que era Horacio quien lo jalaba en mitad de la noche, acurrucándose en sus brazos y suspirando antes de quedarse profundamente dormido con él. También había notado cómo el moreno fingía seguir dormido al amanecer, sin embargo, había decidido seguir pretendiendo que no se daba cuenta, pues no negaría que había estado durmiendo mejor desde entonces, amaneciendo siempre con una sonrisa en el rostro.

De vez en cuando, dejaba algunas caricias sobre el cabello de Horacio mientras éste dormía, sintiendo su corazón latir con fuerza, casi con miedo a que los latidos pudieran despertar al príncipe.

También habían tomado la costumbre de ir al pueblo al menos una vez a la semana, en ese punto en las mañanas en el cual los negocios comenzaban a abrir, pero las personas aún no salían de sus casas, así se aseguraban de no ser vistos más que por los dueños de las tiendas, a los que poco les importaba quién entraba a comprar.

Sin embargo, aquel día había comenzado diferente. La mañana estaba nublada, el cielo gris cubría la luz del sol, proyectando una sombra sobre la cabaña y haciendo que el aire, que solía ser cálido, se convierta en una fría brisa. Las ligeras y constantes gotas que caían del cielo les impedía hacer demasiadas cosas, por lo que se encontraban simplemente sentados en el sofá, en espera de que llegase Jack como cada semana.

Escucharon el galope de un caballo resonando en la cercanía, sin embargo, no era tranquilo como solía serlo. Era un galope desesperado, que les hizo mirarse con confusión antes de acercarse a una ventana para observar.

Sin embargo, antes de que pudieran asomar, escucharon una serie de golpes desesperados en la puerta principal, mirándose nuevamente antes de dirigirse con una expresión mezcla de confusión y nerviosismo hacia la puerta.

Volkov tomó la delantera, levantando la tapa de la mirilla y acercándose para observar, alejándose de un brinco al escuchar una nueva serie de golpes en la madera. Aun así, había logrado distinguir que se trataba de Jack, por lo que abrió la puerta, mirándolo entrar repentinamente y posar la vista sobre ellos, cargada de determinación y enojo.

- Tienen que irse.

*****Fin del Capítulo 18*****

Fugitivo || VolkacioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora