Capítulo 11 - Pasado

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Despertaron incluso antes de que el sol comenzara a salir, dispuestos a aprovechar los últimos rastros de la oscura noche para escabullirse al menos hasta las afueras de la ciudad.

Volkov fue el primero en levantarse, estirándose un poco antes de darle de comer a Perla y a su caballo. Giró la cabeza cuando escuchó al de cresta despertar, siendo alertado por el sonido de los resortes de la cama.

- Buenos días – saludó el príncipe, comenzando a estirarse mientras bostezaba ligeramente.

- Priviet – saludó con naturalidad, maldiciéndose mentalmente al recordar que no todos sabían ruso – b-buenas – se corrigió, nervioso.

- ¿Durmieron bien? – escuchó la voz más cerca, logrando percibir así el ligero tono áspero de recién levantado.

- Eh... – se disponía a responder, cuando le miró y se dio cuenta que la pregunta no iba dirigida hacia él.

Acariciaba con suavidad los hocicos de ambos equinos, mientras sonreía con cariño. Dejó un suave beso en la frente de su yegua, dudando unos segundos antes de repetir la acción con el caballo del ruso. Volkov se había quedado completamente atónito con aquella acción, por lo que no había podido evitar mantener la mirada fija encima suya, hasta que la voz contraria le sacó de sus ideas.

- ¿Cómo se llama?

- ¿eh?

- El caballo – aclaró - ¿cómo se llama?

- Pues... - dudó unos segundos – no tiene nombre – respondió apenado.

- ¡¿Cómo?! – exageró el tono - ¿Cómo que no tiene nombre? – rio ligeramente. A decir verdad, por lo poco que conocía del ruso, ya esperaba aquella respuesta.

- Pues... nunca me detuve a pensar en eso – mantenía la mirada baja, avergonzado – cuando lo conseguí simplemente lo cuidé, sin darle muchas vueltas a ponerle algún nombre.

- No te preocupes – sonrió – está bien, no todos les ponen nombre. Pero si se te ocurre alguno me avisas – Volkov asintió al tiempo en que Horacio dio una suave palmada en su hombro, regresando su atención a Perla.

- Es hora de irnos – avisó el ruso, para darse la vuelta e ir por su bolso de cuero marrón, siendo seguido por el moreno, quien únicamente caminaba tras él sin saber qué hacer.

No tenía ninguna pertenencia, todo lo había dejado en casa de Julia cuando fue secuestrado. No sabía bien cuál era el plan de su ahora compañero, pero decidió confiar. En el peor de los casos, el ruso no saldría ileso, pues no era poco liberar a un prisionero del calabozo, y peor aún, al príncipe.

Salieron con sigilo de aquella habitación, sacando tras ellos a ambos equinos. Se montaron de manera casi sincronizada, tirando de las riendas y comenzando a galopar, conociendo el destino al que se dirigían.

Decidieron no ir por las carreteras de tierra. En su lugar, prefirieron viajar atravesando los árboles y el bosque, pues serían más difíciles de encontrar ahí dentro.

Viajar por la carretera los hacía muy visibles, podían ser vistos por una persona dentro de algún tren, por algún otro jinete, e incluso por alguna persona curiosa que cruzara caminando por la zona. No podían confiarse de absolutamente nadie.

Apenas llegaron a la salida de Lyon, se desviaron, entrando a aquella frondosa concentración de árboles, donde decidieron bajarse de los caballos y comenzar a caminar junto a ellos. Suponían que cerca debería haber zonas lodosas, además de que sería más fácil esquivar ramas y obstáculos yendo a un lado del equino que sobre éste.

Fugitivo || VolkacioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora