Capítulo 10 - ¿Libertad?

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Comenzó a probar cada una de las llaves, mientras escuchaba a Gustabo patear los barrotes en un inútil intento de herir al príncipe. Las manos ni siquiera le temblaban, y probaba cada llave con cuidado. Sabía que ponerse nervioso solo haría más difícil el trabajo.

Probó las primeras 3 llaves, comenzando a dudar de si realmente la llave correcta se encontraría entre el conjunto que tomó. Sujetó la cuarta llave, suspirando antes de introducirla en la cerradura, girando poco a poco, sorprendiéndose al escuchar el ligero sonido que indicaba que la cerradura estaba abierta.

Jaló a Gustabo hacia sí, siendo él quien lo tenía ahora de rehén, permitiendo así que Horacio abriera poco a poco y quedara libre. Se le veía débil y ojeroso, o al menos eso alcazaba a distinguirse gracias a la poca luz que había en el lugar. Su cresta se encontraba deshecha y su ropa estaba sucia. Llevaba poco tiempo ahí y ya se encontraba en ese estado, no quería imaginar cómo hubiera estado si hubiese esperado más tiempo para sacarle.

Una vez estuvo fuera de la celda, el ruso dio un culatazo a Gustabo, dejándolo inconsciente. Tiró del brazo al de cresta, arrastrándolo con fuerza hasta el inicio de las escaleras, haciéndole una seña para que comenzara a subir.

Éste obedeció, no sin antes escupirle al rubio que se encontraba ahora en el suelo.

- Ríete ahora, perro - el ruso no dijo nada, pero ver aquello le había llenado de satisfacción.

Intentó seguir firmemente los escalones, sin embargo, el tiempo sin comer al que estaba desacostumbrado, junto con la falta de agua y el poco movimiento de su cuerpo le complicaban la tarea, pues su vista se nublaba y su cuerpo no reaccionaba como él quería. Es así como en el sexto escalón, tropezó, siendo Volkov quien evitó su caída, sosteniéndolo por los hombros.

Tras pensar rápidamente, decidió que sería tardado ayudarlo a subir los escalones de uno en uno, así que simplemente lo cargó en brazos y subió con él. Horacio era pesado, pues tenía la espalda ancha y era alto, sin embargo, Volkov tenía la suficiente fuerza para llevarlo con naturalidad.

Terminó de subir las escaleras, corriendo hacia la caballeriza antes de que Gustabo despertara. Apenas se alejaron un poco del calabozo, bajó al moreno y comenzó a ayudarle a caminar con cuidado hasta el lugar.

- ¿Perla? – el moreno rompió el silencio, intentando avanzar un poco más rápido, arrastrando sus pasos.

Llegaron a uno de los casilleros de la caballeriza, abriéndolo y notando que la yegua estaba en el interior. Su blanco pelaje estaba sucio, y podía ver cómo la tenían atada aún estando encerrada dentro del cajón, el cual le limitaba ya suficiente la movilidad.

La desató lo más rápido que pudo, sacándola suavemente. Aparentemente tuvieron la mínima decencia de darle agua y comida, pues no lucía como si le hiciera falta. Resopló. No podía creer que pensaran que las necesidades de un animal se limitaban a no morir de hambre y sed.

El mismo pensamiento lo compartía el ruso, quien le ayudó a colocarle la montura a la yegua. Horacio había aprendido a colocarla, pero no solía hacerlo con frecuencia, por lo que permitió que fuera Volkov quien se encargara de hacerlo, notando lo hábil que era para lo mismo.

El más alto se montó primero, quedando implícito que sería él quien condujera. Así, el de cresta se montó tras él, sosteniéndose con toda la fuerza que le quedaba. El sonido de las herraduras contra el suelo comenzó, sintiendo el aire fresco finalmente rozar su rostro, suspirando por sentirse libre una vez más.

Sin embargo, se prohibía a sí mismo ilusionarse. Después de todo, quien le llevaba seguía siendo la misma persona que lo entregó, por lo que no podía permitirse confiar en él y nuevamente terminar encerrado.

Fugitivo || VolkacioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora