Prólogo

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Recibir el mensaje de Samantha Rules, la directora del FBI, había sido un verdadero bálsamo. Llevaba demasiadas semanas inactivo, y todo porque no podía seguir trabajando para el Servicio Secreto. Estaba demasiado desencantado con ellos como para continuar mi servicio allí. Sentía que había sido engañado en un lugar en el que la lealtad era clave.

Me dolía el hecho de haber tenido que dejar de trabajar en algo que realmente me gustaba, pero la ética adquirida en los Navy SEALs me impedía seguir adelante en un sistema que estaba podrido desde dentro. No importaba que me hubiesen prometido cambios. Simplemente no podía estar ahí.

—Agente West —me llamó una voz desde el fondo de una cafetería situada en el corazón de Washington D. C.

Me habían citado allí a través de un mensaje escondido en un libro que había recogido de la biblioteca, y había sabido que iba dirigido a mí porque mi nombre estaba ahí plasmado, junto a la firma de la mandamás del FBI.

—Siempre es bueno verle, agente —volvió a hablar esa voz, en esa ocasión con un tono amable—. Siéntese, por favor.

—No soy agente de nada —repliqué, tomando asiento como me había indicado—. Llámeme West.

Frente a mí tenía a una mujer de edad próxima a la cincuentena, ataviada con un sencillo traje chaqueta oscuro, el pelo recogido en lo alto de la cabeza, y unas gafas oscuras que cubrían parte de su rostro.

—¿Qué quiere de mí, directora Rules? —quise saber, haciendo un gesto a la camarera para que me trajera un café.

—Llevo mucho tiempo con el punto de mira puesto en ti, Mason West —comentó, quitándose las gafas para mirarme directamente—, y tengo un trabajo para ti.

—No voy a volver al Servicio Secreto.

—¿Y qué opina de pertenecer al FBI? Allí le cuidaríamos bien —me tentó.

—Vi cómo trató a una amiga mía, y no fue algo que quiera sentir en mis propias carnes.

Hablaba del momento en el que el FBI le había dado la espalda a Kendall Price, una agente del FBI infiltrada en el Servicio Secreto con la misión de salvar al presidente del país. Por poco había terminado muerta, aunque había contado con la ayuda de una de las familias más poderosas del país y, al final, había terminado saliendo todo más o menos bien. Tanto era así que, en esos momentos, era considerada la primera dama de los Estados Unidos.

—Lo de la agente Price fue algo meramente estratégico —atajó—. Lo que te propongo a ti es que vayas en mi nombre, en el del FBI, a una misión en Londres.

Mi mente cortocircuitó. ¿Qué iba a pintar un agente estadounidense en tierras británicas?

—Un conocido del MI6, uno de sus servicios de Inteligencia, me ha comentado que la familia real británica está teniendo ciertos problemas internos relacionados con traiciones —explicó, rescatando del interior de su bolso una carpeta granate con un sello que parecía contener un león y un unicornio.

—¿Alguien quiere matar a su reina? ¿Qué pinto allí en eso? Ellos cuentan con buenas organizaciones de Seguridad Nacional.

—Pero ningún miembro de esas organizaciones cuenta con experiencia en temas de traiciones y confabulaciones por el poder... Tú sí.

—¿Quiere que me infiltre en la familia real?

—Quiero que entre a formar parte del MI6, bajo la supervisión de mi contacto, para que entre como miembro de la seguridad privada de la familia amenazada.

La misión que me encomendaba era muy similar a la que había tenido que desempeñar Kendall, y estaba a punto de negarme cuando me pasó la carpeta por encima de la mesa.

—Léete el expediente que me han enviado —solicitó—. Sé que harías un buen trabajo para descubrir quién quiere herir a la realeza.

No me dio opción a réplica, pues apuró su café y recogió sus cosas para irse. Sin embargo, al pasar por mi lado, se detuvo junto a mí y posó su mano en mi hombro.

—Hazme caso, West... Lee los documentos —pidió—. Te doy dos días; si decides no hacerlo debo buscar a alguien que salve a los Somerset.

Me dejó allí, con una taza de café frío en la mesa, y algo de inquietud creciendo en mi pecho.

Casi inconscientemente, abrí la carpeta que me había dado y leí con atención todo lo que relataban los documentos. Se hablaba de Amelia Rose Joan Somerset, marquesa de Worcester y heredera de un ducado importante del país. Lo interesante del caso era que una mujer había heredado grandes títulos nobiliarios en una sociedad diseñada para que fuesen los varones los que se llevasen los privilegios nobiliarios.

Amelia Rose Joan, más conocida como lady Worcester, era la directora general y fundadora de una importante empresa tecnológica en Europa, y tenía una vida social bastante activa desde hacía relativamente poco tiempo. Además, estaba en una relación, desde hacía varios años, con Zachary Thomas Roads, otro miembro de la élite empresarial británica.

Todo parecía normal dentro de sus respectivos mundos, si no fuera porque la mujer había sufrido intentos de asesinato al más puro estilo época victoriana, incluyendo venenos, flechas, y ataques con armas antiguas.

El caso no me llamaba nada la atención, hasta que al llegar a la última página encontré una fotografía del sujeto al que había que proteger. Era una mujer un poco más joven que yo, con el pelo color rojo fuego, la tez pálida, y unos ojos de un verde similar al de las esmeraldas. Iba ataviada con un vestido verde oscuro que se ajustaba a su figura, y su pelo estaba adornado con un tocado del mismo color. Sin embargo, lo que más me llamó la atención fue el brillo triste en sus ojos, y el gesto que tensaba sus labios en una sonrisa falsa.

—Mierda...

No podía negarme a proteger a esa mujer. 

La sombra de la marquesaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora