¡Hola! Espero que os esté gustando. Si es así, ¡déjame tu comentario!
Ahora sí, os dejo con un capítulo que a mí me gusta mucho. ¡Disfrutad!
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La vida social de Amelia estaba siendo ajetreada en los últimos días. Después de la fiesta en el Palacio de Buckingham, la marquesa había decidido retomar su vida en Londres, al menos entre semana. Yo me había vuelto a instalar en la casa aledaña a la suya y, para mi sorpresa, ella había acudido a mí para dormir. Lo había hecho de madrugada, cerca de las dos, cuando yo había apagado la luz de mi habitación para dormir. Mis compañeros estaba de guardia esa noche, pero ella se había escapado de su vigilancia. O eso esperaba, pues no quería que los rumores se hicieran eco en el MI6.
Observé cómo mi protegida, rodeada de varios de sus empleados, presidía una reunión. Estaba mirando algo en su ordenador portátil, con el ceño profundamente fruncido, y podía notar como una de sus piernas se movía frenéticamente. Uno de sus dedos tamborileaba sobre la mesa de caoba, como si estuviese impaciente o nerviosa.
—Disculpad —dijo de repente, levantándose de su silla e interrumpiendo a la persona que estaba exponiendo un proyecto en una pizarra electrónica—. Hay un imprevisto que debo atender. Lo retomaremos desde aquí el próximo lunes.
Dicho esto, cerró el ordenador, cogió todos los papeles que tenía esparcidos por la mesa y salió de la sala pisando fuerte.
—Ven conmigo —ordenó, al pasar por delante de mí cuando fue a entrar en su despacho—, y cierra la puerta.
Obedecí sin rechistar, dejando atrás a una estupefacta secretaria en su puesto y a varios trabajadores extrañados ante la actitud de su jefa.
—¿Qué ocurre? —quise saber.
Antes de responder, Amelia accionó un botón que opacó todos los vidrios que formaban su oficina. Después, se acercó a la mesa auxiliar que estaba junto al área de descanso y sirvió una taza de té para ella y otra para mí.
—Es té negro —susurró, entregándome el brebaje, sabiendo que no era santo de mi devoción—. Tengo que traer café para ti...
—Amelia, ¿qué ocurre? —volví a preguntar.
Desde hacía días que ella y yo teníamos la suficiente confianza como para llamarnos por nuestros nombres de pila, al menos en privado. Cuando estábamos delante de alguien más, ella volvía a convertirse en lady Worcester y yo en un mero escolta.
—He recibido el correo semanal de la secretaria de agenda de los duques de Beaufort —explicó, girándose para mirar la ciudad a través de uno de los ventanales—, y esta semana se celebra una recepción en palacio.
—¿Y?
—Que la reina ha pedido expresamente que yo vaya junto a mis padres —continuó—. Conoces a Kendall Price, ¿verdad? Me lo comentó Pauline de pasada.
—Sí —respondí, sin más.
—¿Sabes que la recepción es en honor a ella y su marido?
Fue entonces cuando recordé que Kendall y el presidente iban a venir al país en una visita oficial, y que ella quería conocer a mi protegida. Además, después de todo lo ocurrido, estaba seguro de que a mi ex compañera le comía la curiosidad por ver a la mujer que se había jugado el pellejo para desactivar una bomba.
—Sí sabía que iba a producirse —reconocí—, y la primera dama me dejó caer que quería conocerte.
—¿Por qué?
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La sombra de la marquesa
RomanceLos tiempos están cambiando en la sociedad británica, y si no que me lo digan a mí. Me acaban de conceder el título de marquesa de Worcester y proclamar heredera de mi padre, el duque de Beaufort. Todo esto sería algo normal en el siglo XXI, si no f...