Capítulo VI - Deseos que son errores

117 11 4
                                    

Los labios de West eran carnosos y jugosos, y los míos se amoldaban a ellos a la perfección. Sabía a café y a algo más que era un auténtico afrodisiaco, pero lo que más me enardecía era sentir sus fuertes manos en mi trasero. Mis brazos se habían entrelazado por detrás de su cuello, y tiraba de él para profundizar un beso que quedaba lejos de ser casto. Su lengua jugaba con la mía, y yo aprovechaba para mordisquear sus labios cuando él se separaba un poco para tomar aire.

—¿Esto es lo que quieres? —preguntó, metiendo la mano por entre mis mechones de pelo y tirando desde la raíz para separarme un poco de él.

—Sí —jadeé, ansiosa por volver a sumergirme en un beso con él.

Los ojos castaños de West se posaron sobre los míos, como si quisiera ver si de verdad deseaba ir más allá.

—Por favor...

En ese mismo segundo, soltó mi pelo y volvió a tomar posesión de mi trasero, impulsándome para que enredara las piernas en torno a él. Terminé con la espalda pegada a una pared, enzarzada en una batalla apasionada que acababa de empezar. West besaba muy bien. Sabía lo que hacía y cómo hacer desear.

—Ah —jadeé cuando se separó de mí para atacar mi cuello.

Un beso húmedo en la base del cuello me hizo estremecer, y no pude más que ladear la cabeza para darle un mejor acceso a esa zona tan sensible. Me encantaba la forma en la que los dientes arañaban la piel que besaba, o cómo sus manos apretaban mi trasero con devoción.

Volvió a mis labios con un gemido, tomando todo lo que quería. Era exigente, y sabía acoplarme a su cuerpo para poder pegarnos más.

Me llevó en volandas escaleras arriba, sin dejar de devorarme, y con la excitación creciendo entre ambos. Podía sentir en mi ingle su erección, y la boca se me hacía agua ante las expectativas.

Me dejó caer en una cama mullida y me observó desde arriba, a la vez que se deshacía de la americana del traje y empezaba a desabotonarse la camisa blanca. Me miraba con el fuego presente en su mirada, haciendo que mi piel se erizara como si estuviese tocándome. Tenía los labios entreabiertos, y así tomó uno de mis pies y se deshizo del zapato de tacón que llevaba. Repitió el proceso en la otra pierna, y después una de sus manos se deslizó desde mi empeine hasta mi rodilla y más allá. Cuando llegó a la cara interna de mi muslo, se detuvo.

—¿Estás segura?

—Te deseo —dije, con la respiración entrecortada por la excitación.

Observé y me recreé en su torso. West tenía los abdominales definidos, y en uno de sus pectorales destacaba el tatuaje de lo que parecía un emblema. Varias cicatrices surcaban su piel, y una de ellas recorría uno de sus costados. Seguro que todas esas marcas tenían una historia detrás digna de contar, pero tuve que dejar de pensar en ellas cuando se inclinó sobre mí y volvió a tomar posesión de mis labios.

Sus dedos se ocuparon de los botones de mi conjunto, y en pocos movimientos se había deshecho de toda mi ropa, a excepción de mi ropa interior.

—No te imaginaba con lencería —susurró contra mi boca, aprovechando para morderme el labio inferior y tirar de él.

—Me gusta sorprender —repliqué, cogiéndole por el cuello para obligarle a tenderse sobre mí.

Se acomodó entre mis piernas, haciendo un movimiento sensual para presionar su miembro contra mi sexo. Adoré cada segundo en el que lo sentí. Su piel era tibia, pero parecía que en contacto con la mía ardía.

Deslicé una de mis piernas hacia arriba, recorriendo su costado hasta que se situó detrás de él. Su pecho presionaba los míos, y sus manos se habían movido hacia las mías para agarrarlas y colocarlas sobre mi cabeza. Era obvio que le gustaba llevar las riendas de la situación, y era algo a lo que no estaba acostumbra y me encantaba.

La sombra de la marquesaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora