Apenas había dormido en toda la noche. Mi cabeza no dejaba de darle vueltas al hecho de que, junto a mi habitación, a tan solo unos cuantos pasos de mi cama, estaba durmiendo un completo desconocido. Al ir a acostarme, había visto a la cocinera entrar en esa habitación con una bandeja carga de comida. Al salir, le había interrogado y, sin insistir mucho, me había indicado que, por órdenes del duque, mi escolta iba a quedarse a dormir allí. No entendía cómo mi padre había sido capaz de permitir eso. Aunque, en defensa del hombre que había sido asignado como mi sombra, debía decir que apenas se había hecho notar. Era discreto, y procuraba mantenerse en un segundo plano.
Y, sin embargo, mi mente había captado el momento durante la cena en el que había sido relevado. En ningún momento se nos había informado de algún posible peligro, por lo que terminamos la velada entre conversaciones distendidas y superfluas, hasta que Zach y mi padre se fueron al despacho a tomar una copa de un buen wiski escocés.
Zach había estado igual de amable y atento que siempre, especialmente cuando trataba negocios con mi padre. Ambos se llevaban a las mil maravillas, y parecía que mi padre iba a invertir en algún negocio de mi futuro prometido. Nuestra relación era sencilla, más basada en apariencias que en sentimientos. Las revistas sensacionalistas del país decían que éramos la pareja perfecta, pero la realidad distaba mucho de eso. Él y yo no teníamos nada en común más allá de la clase social y el hecho de que ambos éramos personas de negocios. Para todo lo demás éramos opuestos, incluyendo en el sexo. Zach era más bien romántico, con gusto para tomarse demasiado tiempo en unos preliminares que no me sabían a nada, mientras que yo era más apasionada. No me avergonzaba decir que me gustaba el sexo salvaje y caliente. Es más, lo disfrutaba completamente.
Unos golpes en la puerta de mi habitación me sacaron de la niebla matutina. El sol ya se filtraba por las cortinas, por lo que debía de ser la hora del desayuno y, por consiguiente, la hora de prepararse para el nuevo día.
—Adelante.
—Buenos días, lady Worcester —me saludó una de las doncellas de la casa, haciendo una reverencia protocolaria—. ¿Le preparo la ducha?
—Sí, por favor —asentí, cogiendo una bata de satén que descansaba a los pies de la cama—. Y prepara la ropa de montar, y luego avisa a los mozos para que preparen mi montura. Quiero ir al circuito.
—En seguida, miladi.
Tenía ganas de ir a las pistas que poseíamos en Badminton House. Allí tenía lugar uno de los eventos más importantes de la sociedad, y ese año iba a ser especial porque era el primero en el que estaría como heredera al título de duquesa.
Me di una ducha rápida en cuanto la doncella volvió a dejarme a solas. Después, me vestí con ropa apropiada para montar, y me calcé unas botas de cuero negro recién lustradas.
En cuanto salí al pasillo, vi a mi sombra junto a mi puerta. Iba vestido con uno de sus trajes negros, con el pelo peinado hacia atrás, y con un dispositivo de comunicación que salía de su oreja. Cuando nuestras miradas se cruzaron, él hizo un gesto con la cabeza a modo de saludo. No era una reverencia, pero se le parecía.
—Buenos días —saludé.
—Lady Worcester —correspondió.
Algo en ese saludo me molestaba. Todo el mundo me llamaba así, pero en los labios de mi escolta no sonaba apropiado. Habría preferido mil veces que me llamase por mi nombre de pila.
Sacudí la cabeza para librarme de esa sensación incómoda, y emprendí el camino hacia el salón.
Mi familia ya estaba sentada alrededor de la mesa, con mi padre a la cabeza, mi madre a su derecha y el hueco a su izquierda reservado para mí.
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La sombra de la marquesa
RomanceLos tiempos están cambiando en la sociedad británica, y si no que me lo digan a mí. Me acaban de conceder el título de marquesa de Worcester y proclamar heredera de mi padre, el duque de Beaufort. Todo esto sería algo normal en el siglo XXI, si no f...