Capítulo VIII - Influencia

92 8 0
                                    

Desperté en una habitación aséptica, tan blanca que hasta hacía daño a la vista. Notaba la piel de la cara tirante, y me escocía un poco la zona del muslo. Por lo demás, y quitando un ligero zumbido en mis oídos, me encontraba bastante bien. No sabía cómo había llegado hasta allí, pero no pasó mucho tiempo hasta que unas imágenes empezaron a agolparse en mi mente. Un sentimiento de angustia anidó en mi pecho al recordar cómo había estallado el coche frente a Amelia y frente a mí. Necesitaba verla y comprobar que estaba bien, que no había sufrido ningún daño.

Me incorporé en la cama sin atender a si algo me dolía, y me arranqué unos cables que cubrían mi pecho. También me quité la vía que me conectaba a un gotero, sin importar que ese gesto me provocara una pequeña hemorragia por el brazo. Estaba punto de salir por la puerta, cojeando por las molestias que sentía en una pierna, cuando una joven de pelo ceniza y ojos pardos se interpuso en mi camino: Pauline Hoary-Andersen

—West —me llamó, haciendo un gesto con las manos para que me detuviese—, tienes que volver a la cama.

—¿Y la marquesa? —quise saber, ansioso—. ¿Dónde está Amelia?

—¡Escúchame! —ladró al observar mi actitud—. Amelia está bien, no tiene ni un rasguño gracias a que la protegiste con tu propio cuerpo, pero tú si tienes algunos daños.

Que ella me dijera eso no terminaba de tranquilizarme, por más que asegurase que Amelia estaba bien. Yo necesitaba verla y comprobarlo.

—¿Qué me ha pasado? ¿Y qué diablos hace una Andersen aquí? —pregunté, sin embargo.

—La explosión no mató a nadie, pero a ti te incrustó metralla por todo el cuerpo —relató—. Te la han intentado sacar toda, pero tienen que hacerte placas para comprobar que no queda nada que pueda comprometer tu vida en un futuro.

—¿Y Amelia?

—Ella no tiene ni un rasguño —aclaró—. Solo estaba aturdida cuando llegaron los médicos, y tras un reconocimiento rápido vieron que no había nada de lo que preocuparse.

» En cuanto a esa pregunta de por qué estoy aquí... Soy una Andersen, West.

Me resultaba fascinante que, simplemente por ser de una determinada familia, creyese que era una explicación suficiente. Era cierto que su familia tenía mucha influencia en todo Estados Unidos, pero estábamos muy lejos de casa.

—Me llamaste en busca de ayuda —me recordó—. Y da la casualidad de que tu amiga, esa que es la primera dama de nuestro país, es también amiga de mi prima.

—Te manda Kendall —deduje.

—Tengo que mantenerla informada y, de paso, monto guardia por si hay algún altercado más.

Me quedé pensativo ante sus palabras y sopesé la idea de tenerla de mi lado. Ya había pasado por mi mente acudir a ellos en busca de ayuda para encontrar a la persona que estaba detrás de Amelia, y debía reconocer que los nuevos acontecimientos me tiraban todavía más en su dirección. Si Pauline estaba junto a mí, aunque fuera por orden de Kendall, podía suponer una gran ventaja en mi camino como escolta de la marquesa de Worcester.

—Vas a necesitar nuestra ayuda, ¿verdad? —preguntó, sentándose junto a mí en la cama—. He hablado con tu supervisor del MI6 y me ha dejado ver que las investigaciones no van por buen camino.

—No encontramos información —reconocí—. Y el FBI no quiere intervenir por miedo a un conflicto diplomático.

—En eso creo que podremos ayudarte —caviló—, pero antes necesito hablar con mi familia. Estoy segura de que entre todos lograremos encontrar a los responsables de todo este caos.

La sombra de la marquesaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora