Capítulo XI - Visita oficial

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Siento el retraso, pero cogí covid y luego tuve que ponerme al día en el trabajo y todo fue muy caótico. 

Hoy os dejo uno de mis capítulos preferidos :)

¡Disfrutad!

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A diferencia de la primera vez, Mason y yo no marcamos una distancia tras nuestra noche de pasión. Manteníamos esa tensión sexual constante y, cuando estábamos a solas, no nos absteníamos de prodigarnos caricias o compartir algún beso. Él había dicho que estábamos jugando con fuego, y yo nunca había estado tan dispuesta a quemarme.

Los días siguientes a nuestro encuentro, habían sido una auténtica vorágine de preparativos, todos ellos destinados a la recepción que la reina iba a ofrecer en honor al presidente de los Estados Unidos y a su mujer. Había tenido que delegar un poco de trabajo, para mi disgusto, por lo que había podido dedicarme a la búsqueda de un vestido para la ocasión. Mi madre había insistido en que llevase una firma americana, como guiño a los invitados, así que me había decidido por un Michael Kors en burdeos, vaporoso, con detalles brillantes en la falda, y un escote palabra de honor que realzaba mis pechos. El pelo me lo había recogido en un moño bajo, con varios mechones desenfadado para enmarcar mi rostro. Sin embargo, la guinda del pastel era la tiara de oro blanco y diamantes que lucía en lo alto de la cabeza, a juego con un ostentoso collar que reposaba en el centro de mi pecho.

Se me hacía extraño verme tan recargada, pues ese tipo de actos estaba más destinado a los miembros de la familia real, pero la reina había insistido en que mostrara mi rango a base de joyas. Incluso mi madre, como duquesa de Beaufort, iba a llevar una tiara algo más grande que la mía. Las féminas de la familia real también lucirían sus joyas reales, prestadas por la reina en la mayoría de los casos. Las nuestras pertenecían al linaje Somerset; eran consideradas joyas familiares, y pasaban de duquesa en duquesa.

Me eché un último vistazo en el espejo, para comprobar que todo estuviese en su sitio, y me di el visto bueno. Apenas me reconocía, pero debía reconocer que estaba imponente.

Sin más, recogí la barra de labios que me serviría para darme unos retoques, el teléfono móvil, y el botón del pánico del que no me separaba. En esa ocasión, West no podría estar conmigo dentro de la sala, pues habría guardia real y ellos serían los encargados de la protección de los invitados, además de los propios escoltas de la reina. Mis guardaespaldas estarían cerca, de algún modo, pero no dentro de palacio. O eso tenía entendido.

Con todo listo, me apresuré en bajar hasta la planta baja de mi casa. Allí me estaba esperando West, al pie de la escalera, vestido con un esmoquin negro que le quedaba como un guante. Iba acorde a la etiqueta del momento, como si así fuese a pasar desapercibido entre el resto de escoltas y personal de seguridad, pero lo cierto era que West llamaba la atención con solo entrar en una sala. Era condenadamente atractivo, con los ojos castaños y su piel bronceada incluso bajo el cielo nublado de Londres. Mirarlo resultaba hipnotizador.

—Que elegante —comenté, mirándole de arriba abajo.

Él no me respondió, sino que se limitó a mirarme con un brillo extraño en los ojos. Parecía que se hubiese quedado impresionado al verme, y es que no todos los días alguien veía a una mujer que llevaba joyas que valían millones de dólares.

—Estás... —Se pensó el adjetivo durante unos segundos—. Deslumbrante. Creo que nunca había visto algo tan hermoso.

—Es por la tiara —refunfuñé, cohibida por su mirada intensa.

—Dudo que sea esa cosa lo que te haga ser preciosa, Amelia —replicó, acercándose a mí para mirarme más de cerca—. Resplandeces con luz propia.

La sombra de la marquesaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora