El día en Londres había empezado con un sol poco frecuente, por lo que muchos ciudadanos habían aprovechado para salir a las calles y absorber toda la vitamina D que les fuera posible. Desde la ventana de mi despacho podía ver a diferentes parejas y grupos paseando por la orilla del río Támesis, y hasta distinguía el London Eye.
—Señora Worcester —me llamó mi secretaria—, la esperan en la sala de juntas.
—Gracias, Jessica —respondí, girándome hacia la recién llegada—. Voy enseguida.
La mujer hizo una suave reverencia y volvió a dejarme sola. En cuanto estuve a solas, no pude evitar rodar los ojos. Desde hacía unos meses debía aguantar ese tipo de protocolo, incluyendo reverencias, y títulos unidos a mi nombre. Ni siquiera conservaba mi apellido, Somerset. Al ostentar el marquesado unido al ducado de mi padre, el protocolo marcaba que debía usarlo ligado a mi propio nombre, por lo que ahora era Amelia Worcester, marquesa de Worcester. La reina había querido que el ducado de Beaufort, que pertenecía a mi padre, fuera el pionero en el cambio en la herencia de los títulos nobiliarios. Ya no sería necesariamente el varón el que heredaría los títulos nobiliarios del progenitor, sino que bastaría con haber nacido el primero. Nuestra reina había querido experimentar con mi familia, pues era uno de los ducados más antiguos del reino, por lo que me había comunicado su deseo de que heredara todos los títulos y propiedades ligadas al título.
Por supuesto, y como no podía ser de otra forma, el asunto de ser la heredera estaba dando mucho que hablar entre el resto de miembros de la realeza y la nobleza, y a muchos no les había gustado. Desde que se había hecho oficial, y yo había tomado posesión del título de marquesa de Worcester, ya habían intentado hacerme daño en un par de ocasiones.
Suspirando, cogí las carpetas que descansaban sobre mi mesa y me encaminé hacia la sala de juntas. Ese día tenía una reunión importante, pues íbamos a ampliar el capital de la empresa y a continuar expandiéndonos por el mundo. Queríamos dar el salto a Estados Unidos, y afianzarnos en el resto de Europa.
Eché un rápido vistazo al reflejo que me devolvía la puerta de cristal, y me ajusté el vestido que marcaba mis curvas con delicadeza. Después, alcé la cabeza y fui hasta el final del pasillo, donde una amplia sala hacía de lugar de reuniones. La mesa ovalada de caoba, y las butacas de cuero sintético, le daban un aspecto serio a la estancia.
—Buenos días, caballeros.
Por cortesía británica, y sabedores de mi nueva posición en la sociedad, todos los hombres se levantaron y esperaron a que tomara mi posición al frente de la mesa. Yo era la directora general y fundadora de British Electronics Enterprise, una empresa destinada a la tecnología que era vanguardista en muchos aspectos. Mi sueño había sido aplicar todo lo aprendido en Oxford y Harvard, hasta que la reina había decidido que el título de marquesa me quedaba bien. Sin embargo, no pensaba renunciar a ese sueño, sino que lo iba a integrar en mi vida como par inglesa.
—Empecemos.
La reunión duró más de dos horas, en las que debatimos diferentes estrategias para la expansión, así como habíamos puesto en común las opiniones sobre nuestros progresos a nivel nacional e internacional. Todo parecía ir viento en popa, y todos los presentes queríamos seguir trabajando para que eso no cambiase.
Cuando todos se fueron, era hora de ir a comer. Ese día tenía que ir a Badminton House, la casa de campo que ocupaban mis padres y mis hermanas. Yo solía permanecer en Londres durante la semana, pero los fines de semana volvía al hogar para pasar tiempo allí. Desde siempre había amado los jardines verdes y cuidados de la propiedad que era, en pocas palabras, la sede del ducado de Beaufort. Además, allí podía practicar la equitación gracias a los establos que eran la envidia de toda Inglaterra.
ESTÁS LEYENDO
La sombra de la marquesa
RomantikLos tiempos están cambiando en la sociedad británica, y si no que me lo digan a mí. Me acaban de conceder el título de marquesa de Worcester y proclamar heredera de mi padre, el duque de Beaufort. Todo esto sería algo normal en el siglo XXI, si no f...