Continuamos con Amelia. Parece que poco a poco van cerrando el cerco. ¿Ya hay alguna teoría?
¡DISFRUTAD!
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La Navidad estaba a la vuelta de la esquina, tal y como nos recordaba a cada segundo la televisión o los escaparates de Mayfair o Covent Garden. Harrods ya brillaba en todo su esplendor, y los ciudadanos empezaban a hacer sus primeras compras navideñas. Algunas calles se llenaban de olor a galletas recién horneadas, y los edificios más emblemáticos de la ciudad adornaban sus fachadas con luces que llegaban a ser cegadoras. Sin embargo, el colmo llegó cuando, al entrar en mi despacho, encontré un ramillete de muérdago colgando en el umbral de la puerta.
—Es para la buena suerte —dijo mi secretaria, que se estaba tomando la libertad de adornar en demasía toda mi empresa.
—La única buena suerte que necesito es que los malditos japoneses me vendan su multinacional —gruñí, entrando en mi despacho y cerrando la puerta.
Llevaba días detrás de una transacción, pero los tipos a los que quería comprarles la empresa no daban su brazo a torcer. Estaban empeñados en vender por varios millones más de lo que la tasación indicaba, y eso no iba a ocurrir. Tenía a todo mi equipo financiero apretándoles las tuercas a los asiáticos, pero la temporada social me estaba robando demasiado tiempo. La mayoría de los días tenía que ausentarme del despacho para supervisar algunos preparativos, y otros la mismísima reina me pedía que fuese a algún evento, como a la recepción del presidente estadounidense.
—Jessica, quiero en mi mesa un informe sobre nuestras inversiones, y lo quiero para ayer —grité, sabiendo que mi secretaria me escucharía—. ¡Y deja de poner guirnaldas!
Me dejé caer en la silla, malhumorada. Ese día había amanecido bien, en la cama de West, hasta que él mismo me había dicho que ese día no estaría siendo mi sombra. Tenía asuntos oficiales que tratar, por lo que serían sus dos compañeros los encargados de escoltarme. Por desgracia, con ellos no era lo mismo, y no quería admitir que no tener cerca a West me estaba afectando. Echaba de menos girarme y toparme con su mirada intensa, o esos breves momentos en los que compartíamos alguna caricia prohibida.
Mi relación con Zach seguía adelante, por supuesto, pero era una mera formalidad. Él seguía con su distancia de siempre, y yo ya me había acostumbrado a ella y no tenía intención de luchar por la relación. Quizá eso no fuera lo que más feliz iba a hacerme, pero era lo que se esperaba de mí.
Jessica tocó a la puerta antes de entrar en mi despacho. En las manos llevaba una carpeta de cartulina con el logo de la empresa, por lo que ya había recabado toda la información que le había pedido.
—Señora Worcester —dijo, usando un tono suave para no alterar más mi temperamento—, hoy tiene agendada una cita con su pupila.
—¿Hoy?
Ella asintió, y yo maldije en todos los idiomas que me sabía. Necesitaba ganar tiempo para poder dedicárselo a mi labor como empresaria. Tenía muchos proyectos en marcha y todos ellos necesitaban mi supervisión. Nunca me había gustado delegar, pero estaba empezando a ver que no me quedaba otro remedio: o delegaba funciones o mi empresa se iría a pique. Lo haría, en principio, durante un año, pero luego todo volvería a mi poder.
—Convoca, para mañana a primera hora, a los directores y directoras de todos los departamentos de la empresa —ordené—. Después, organízame reuniones individuales con cada uno de ellos y, si tengo algún compromiso, muévelo a otro hueco de mi agenda.
—Sí, señora Worcester.
Sin esperar a que saliese, cogí los documentos que me entregaba y los abrí. Después, cogí las gafas que descansaban sobre la mesa, me las puse y empecé a leer las cifras sobre nuestras inversiones.
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La sombra de la marquesa
RomanceLos tiempos están cambiando en la sociedad británica, y si no que me lo digan a mí. Me acaban de conceder el título de marquesa de Worcester y proclamar heredera de mi padre, el duque de Beaufort. Todo esto sería algo normal en el siglo XXI, si no f...