Lágrimas de felicidad

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Los elfos deben morir

Capítulo 10: Lágrimas de felicidad

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Junto al aullar del viento del norte, un sonido repetitivo se hacía notar en todo el tiempo en que hombres y demonios tenían escaramuzas varias en el sur. El trabajo incesante en piedra dio frutos y Moradon, la fortaleza oscura, se veía intimidante con elementos propios para resistir un asedio prolongado y no solo sus dobles puertas de hierro meteórico.

La visión era intimidante y justo aquel era el objetivo, el intimidar. Sin embargo, la sorpresa en el rostro de Siltus se debía a lo que observaba al frente de las defensas de su montaña hueca.

Fila tras fila, cuadros tras cuadros de lo que eran formaciones disciplinadas de demonios que vestían corazas de hierro. No eran simples cubiertas de hierro soldadas de forma chapucera, eran útiles y eficaces contra las balas gracias a petos terminados en un filo similar a un hacha.

Otros elementos que sorprendieron al Rey Demonio, fueron los enormes arcos largos y de repetición junto con ballestas de diferentes tamaños y otras armas arrojadizas.

«Que diferentes se ven mis huestes. No sé si esto es lo más apropiado para nosotros», pensó, incapaz de ver la eficiencia traída por Ofid'Salae, después de todo, los demonios siempre se caracterizaron por el empleo de su fuerza bruta y carga a ciegas producto de sus números superiores en las sucesivas invasiones a otras razas. Cosas como armas de proyectiles que negaban el combate cuerpo a cuerpo, no se veían como algo que enaltecía el coraje del que tanto se vanagloriaban.

Sin embargo, lo que más le llamó la atención, fueron las exóticas cabalgaduras. Bestias de mal talante y semidomesticadas que fungían como las esclavas del deseo de quienes llevaban sus riendas y las herían con fustas u espuelas de diverso diseño.

—Betor'Salae, ¿qué son esas cosas?

—Son carros de combate, rey Siltus, muy útiles para romper formaciones enemigas.

—Pero ¿y la pólvora de los humanos? ¿Qué hay con sus armas de fuego?

—De eso no se preocupe, el alcance de esas cosas no es mucha. Solo sirven para herir a otros humanos.

—Pero los míos fueron derrotados muchas veces por culpa de esas cosas humanas.

—Su majestad —intervino Tega'Salae, molesta con el viento que desarreglaba su larga cola de caballo—, sus huestes no tenían protección alguna. Ahora es diferente, incluso los carros están blindados y tienen blindaje incluso por delante, las bestias no necesitan ver a donde van.

—¿Y los arcos y las demás armas? Es de maricas usar arcos.

—¡Por favor! Digo, rey Siltus —se disculpó Sinta'Salae, la más joven, que a diferencia de Tega'Salae, no le importaba que el viento jugara con sus largas coletas—. Esa forma de pensar es ridícula, los demonios son muy fuertes, pueden sacarles mucho provecho a los arcos, sus disparos llegarán más lejos que los mosquetes humanos y disparan mucho más seguido. Se me olvidaba, también penetrarán mucho más, ¡seremos invencibles! —finalizó y se rió con ganas a diferencia de Betor'Salae que solo sonreía de manera siniestra y Tega'Salae que observaba a los demonios con una expresión de severidad, la cual era compartida por Ofid'Salae.

«¿A esto hemos llegado?, la noble, culta y refinada casa Salae, reducida a un mero engranaje a favor de un poco agraciado entre los brutos. Bueno, ya no más, es cuando decido cambiar el destino de mi casa y el de mis hermanas». Ofid'Salae rompió el rostro adusto y asumió la máscara que siempre mostraba a Siltus.

—Mi señor, vuestro ejercito en pleno está listo para la juramentación. No solo pelearan por vos, motivados por la lealtad y un premio de comida y bebida, los unirá el deseo de una causa que irá mucho más allá que sus vidas.

isekai : ¡Los elfos deben morir! (completada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora