La katana dentada

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Los elfos deben morir

Capítulo 11: La katana dentada

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Era un altar móvil que se balanceaba debido a los pasos desiguales de sus portadores, no hubo forma de evitar aquello puesto que un terreno firme era un lujo en las condiciones actuales. Los grajos de rojizos ojos graznaban su coro a la muerte, mientras que, por debajo, el Pantano Neblinoso trataba de aprisionar con sus fauces lodosas las piernas de los hombres.

Atrás quedaron los pantalones rayados de blanco y negro, los gorros rojizos de la libertad y las vestimentas tan características de los mosqueteros. La República de la Convención dejó de existir para ser sustituida por La República del Directorio. Atrás quedó la era del terror y un atisbo de orden interno se tradujo en nuevos uniformes para la soldadesca del reciente país.

Millares de hombres esforzaban la musculatura de piernas y caderas para avanzar por el lodazal, una tarea fatigosa, pero se notaban confiados, más tomando en cuenta que las constantes escaramuzas con los demonios por fin cesaron, tendrían la ventaja de librar una lucha más convencional y aprovechar sus números superiores. Después de todo, su país siempre fue superpoblado a diferencia de los reinos del continente del Cisne.

Por suerte, en ese incordio de terreno, no tenían que alzar ambos brazos para precautelar sus mosquetes Charleville, los nuevos modelos no necesitaban de mecha seca; el problema fueron los cañones y caballería, no pudieron darse el lujo de traerlos.

—¡Cuidado con la Virgen Genoveva! ¡No la vayan a hacer caer! —gritó Kalet, un mosquetero mosqueado por no acostumbrarse al nuevo uniforme, aunque le regalaron una bonita pistola, reservada para los oficiales.

Los hombres reafirmaron sus pasos en el traicionero lodo, no querían hacer caer la efigie de la Virgen, no una segunda vez. La primera fue en un terreno llano y seguro, un perro que corrió chocó con uno de los hombres y la imagen fue a dar al piso, fue toda una suerte que no se rompiera allí en mil pedazos.

Un hombre que se acercó con premura, le indicó a Kalet que habría otras preocupaciones más acuciantes que el ver el buen paso de los portadores.

—Capitán, señor. Mis hombres y yo venimos de explorar la línea fronteriza del pantano, me temo que tengo malas noticias.

—No me extraña en estas tierras abandonadas por Dios Padre y los hombres. Solo la caterva de Moradon podría ver como un hogar este erial salobre y de acre hedor.

—Pues así es, capitán. Les he visto rondar por los alrededores, seguro un grupo de vigías por lo que creo que el ejercito del Rey Demonio no estará lejos.

—¿No pudiste avanzar más terreno?

—Imposible. No les llaman a estas tierras los Pantanos Neblinosos por nada, me temo que la niebla se hará más espesa y eso que de donde vengo uno apenas puede ver más allá de veinte metros.

El mosquetero frunció el ceño, todavía no estaba acostumbrado a la nueva unidad de medida, aunque reconocía su utilidad. Antes, en los tiempos de la dinastía de los Lis, había ochocientas nomenclaturas que escondían más de doscientas cincuenta mil unidades de pesos y medidas, cada región y poblado tenía la propia, esto ocasionaba una gran corrupción por parte de los nobles que fijaban a sus caprichos veleidosos los límites con tal de obtener pingües beneficios.

Kalet, en base al reporte, ordenó el cambio de marcha, así como el despliegue en una formación pertinente, todo sacado de los libros de instrucción de la academia, libros que mostraban su carácter más pedagógico que práctico en ese terreno mal sano.

«Merde. En Parasol no saben lo que hacen. ¿Cómo se les ocurre mandar al ejército a este terreno tan desventajoso?», pensó con enojo.

La molestia de saberse bajo el mando de ineptos detrás de un escritorio impoluto y brillante, pasó a franca preocupación al notar como la niebla se tornaba más densa.

isekai : ¡Los elfos deben morir! (completada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora