En las marismas

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Los elfos deben morir

Capítulo 7: En las marismas

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Cuando uno se imagina marismas y pantanos, le viene a la mente ambientes sofocantes debido al calor asfixiante y los mosquitos como dueños del aire que uno respira, sin embargo, nada más lejos de la naturaleza presente. El frío era insoportable y extensiones de lodo y raquíticos árboles con pocas hojas, se extendían hasta donde alcanzaba la vista.

Temprano como era, daba pie a la costumbre diaria de escasas criaturas que salían de sus escondrijos para tomar vitalidad del sol, su sangre fría las obligaba a tener un lento metabolismo, reacción y resistencia.

Serpientes y lagartos pequeños con hocicos alargados, más aptos para atrapar peces o romper la protección de crustáceos varios, se hicieron a un lado en el lodazal, como presintiendo que un depredador más ponzoñoso se animaba a mostrar su deseo de devorar lo que fuera estuviera al alcance de su letalidad.

De una poza de agua emergieron ojos rojizos, estos escrutaron los alrededores con atención, aprovechando la visión periférica. Pese a esos orbes que denotaban peligrosidad, la ilusión de un ente atroz fue rota al asomarse un rostro redondo que denotaba juventud.

Sinta'Salae salió de su escondite, dio un vaho que la hizo parecer a la cría de un dragón que todavía no podía expulsar fuego de sus entrañas y procedió a castañear los dientes.

—¡Odio este lugar! ¡Quiero irme a casa! —gritó al saber que nadie más con raciocinio y que podría revelar su presencia al enemigo estaba en los alrededores.

Se frotó los brazos y hombros, miró ceñuda la escarcha que se empecinaba a permanecer en las sombras, decidiendo buscar el encargo de su hermana Tega'Salae.

Cualquiera hubiera visto su marcha ralentizada en ese lodazal limoso, pero la más joven de las hermanas era rápida en su desplazamiento, tanto así, que sus coletas eran azotadas por el aire que era desplazado.

«Allí debe de ser, el encargo de Tega», pensó y apuró el paso hacia una hilera de peñas cuya mitad inferior era negruzca y resbalosa.

Las piedras vieron huir a sus temporales adoradores del sol al ver a la elfa acercarse. Pareciera que toda esa masa pétrea puesta en hilera rota aquí y allá, tuviera faldones verdes: algas que una vez retirada la marea alta, bajaban a cubrir en parte el limo adherido a las rocas.

«Flores amarillas, amarillas, no veo nada de amarillo, solo son blancas», pensó al ver las diminutas flores de pétalos blancos, tan pequeñas todas ellas, que cuatro podrían apenas cubrir la uña de su meñique.
«¡Vamos!, ¡¿Dónde demonios están, flores de porquería?!». Soltó otro suspiro que mandó otro vaho al cielo poco nuboso. Resignada, continuó con su búsqueda de las evasivas flores diminutas.

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No soltaba ningún suspiro, lo suyo era chasquear la lengua, dando así a entender su disconformidad como si una gata se tratara, el tch, tch, característico de aquella acción contrastaba con el piar de las aves de la tarde que, de ramaje en ramaje, eran los testigos de la marcha de los demonios.

«Como odio tener que moverme de un lado al otro siguiendo el curso del Morgus», pensó con enojo al perder la cuenta de las veces que tuvo que montar y desmontar el campamento. No había otra opción para engañar a los humanos.

Con el puente sobre el Morgus, los humanos podían cruzar el llamado por ellos Nuevo Borgoña, hacerse fuertes en la orilla norte y así arruinar los planes que tenía en mente. Al desplazarse de forma continua, obligaba a los humanos a realizar escaramuzas en vez de plantar un campamento permanente, algo que no quería, necesitaba un acceso libre al puente sobre el rio.

isekai : ¡Los elfos deben morir! (completada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora