47. Pensando con el corazón

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A pesar de que ya estábamos más tranquilos, se sentía una incomodidad en el ambiente, Nicolas me pidió que lo llevase a casa de su tío en Valle Hermoso, acepté sin pensarlo demasiado.

No hablamos durante todo el camino; en varias ocasiones intenté romper el hielo, pero no encontraba las palabras correctas para eliminar el oscuro ambiente que nos sofocaba.

Él se mantuvo inerte mirando el parabrisas, parecía perdido en algún lugar recóndito de su mente, no lo culpaba, no me podía imaginar la maraña mental y emocional que cargaba en ese momento.

Cuando llegamos, lo miré esperando que se bajase del auto, pero no parecía tener intención de hacerlo, pasaron largos segundos, en los que las ansias por decir algo me estaban matando, y entonces, cuando las palabras estaban a punto de salir de mi boca, él habló:

—Artemis, en serio lamento que hayas tenido que ver eso —dijo con clara incomodidad en la voz.

—Tranquilo, no es tu culpa —respondí posando mi mano sobre su pierna.

Pareció agradecer el gesto.

—No lo entiendes, nadie, ni mis mejores amigos, saben esto de mi padre, ellos creen que es un santo; es decir que... no puedes decir nada de lo que viste ¿entiendes? Me mataría si alguien se enterase. —Noté como movía la pierna de manera repetitiva, con inquietud.

Cada palabra que pronunciaba estaba empapada de preocupación.

—No voy a decir nada, lo importante es que tú estés bien y sabes que si necesitas algo, cuentas conmigo.

Se quedó mirándome pensativo, como si algo no le cuadrase.

—Gracias, pero de verdad no puedes decírselo a nadie —insistió.

—Confía en mí, no lo haré.

Asintió con la cabeza y tomó la puerta con la mano, haciendo ademan de salir.

—¿Te puedo pedir una última cosa? —preguntó antes de abrir la puerta.

Note algo de duda en su voz.

—Dime.

—¿Podemos actuar como si siguiésemos juntos? Al menos cuando estemos cerca de los socios de mi padre y sus familias. Ahora que viste todo, espero que entiendas, será mejor no causar ningún inconveniente hasta que el contrato sea firmado. Te juro que me siento como un idiota pidiéndote esto, pero creo que sería lo mejor.

Se notaba ansioso al hablar, parecía en verdad incomodo, en un inicio me chocó lo que dijo, pero dadas las circunstancias, lo entendía, de hecho, después de lo que había presenciado, yo ya me había decidido a ir con él a la cena de gala para protegerlo, de todas formas no me costaba nada e incluso tendría contentos a mis padres si lo hacía.

El único inconveniente era que mis sentimientos estaban revueltos y tenía que tomar una decisión sobre lo que iba a hacer con ellos, fingir seguir en una relación con él, no me iba a ayudar con ese dilema.

—Está bien, podemos fingir hasta la cena, solo que, antes de irte quisiera saber si estás bien, sé que uno no puede estar bien después de haber vivido algo así, pero... dime que al menos lo estarás.

Mientras hablaba, observaba las marcas enrojecidas en el cuello y rostro de Nicolas, un dolor en el pecho me escocía al recordar lo que las había causado.

—Tranquila, por más que lo parezca no es la primera vez, ya estoy acostumbrado, tan solo fue humillante que lo vieras, en fin, ya da igual, creo que debería irme —dijo evadiendo el tema, para luego abrir la puerta del coche y salir—. Gracias —añadió esbozando una sonrisa amarga y cerró la puerta.

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