55. Ataraxia

368 35 39
                                    

Aun temblaba cuando entramos en la cabaña, no sé si por el frio o por lo que acababa de suceder, cerré la puerta mientras él, dejaba caer la manta y las almohadas empapadas sobre el suelo de madera; entonces, un calor acogedor envolvió mi cuerpo.

—¿Cómo es que la chimenea está encendida? —pregunté con sorpresa.

Mi voz denotó mi respiración agitada.

—Mientras mirábamos las estrellas, usé mis poderes mágicos para hacerlo sin que te des cuenta. Lo sé, no lo digas, soy impresionante —soltó, chasqueando los dedos en el aire.

Aunque su tono era bromista, apenas una sonrisa se escapó de mis labios, pues me era imposible dejar de percibir la tensión entre nosotros.

—Sí, impresionante —fue lo único que pude pronunciar.

Las manos me temblaban y ahora, estaba segura de que no se trataba del frio, sentía que mi corazón iba explotar en cualquier momento. Él se quedó observándome sin responder, para luego dar unos pasos en mi dirección, se había quitado la chaqueta, tan solo llevaba una camiseta blanca, que dejaba entrever su torso por debajo de la tela.

—Aún no has pagado tu deuda —dijo de repente, posicionándose a pocos centímetros de mí.

—¿Qué?

—Digo que ese cuello. —Alzó la mano y acarició mi garganta con el dedo índice—.  Aún no me ha dado lo que me debe.

Dibujó una sonrisa retadora y luego me tomó de la cintura, por debajo de la chaqueta, para de nuevo, besar la piel de mi cuello con autentico arte y suavidad, sentirlo sujetándome encendió todas mis terminaciones nerviosas, mientras, un escalofrío me recorrió el cuerpo entero. En pocos segundos, sus labios buscaron los míos, sentí un tacto frio y húmedo en la boca, una corriente me invadió por dentro. Su lengua se abrió paso, mientras me quitaba la chaqueta, dejándola caer al suelo a mis espaldas.

Descendió sus manos sin dejar de tocarme, hasta llegar a mis muslos y en un movimiento repentino, me levantó. Instintivamente, rodeé su torso con las piernas. Él no parecía estar haciendo el mínimo esfuerzo para sostenerme en el aire, una sonrisa se le dibujó en el rostro cuando nuestros ojos se encontraron. Caminó hasta la alfombra que se encontraba en frente de la chimenea y en un movimiento rápido, pero delicado, reposó mi espalda sobre ella, para luego posicionar sus brazos sobre el suelo, a los dos lados de mi torso. La acolchada alfombra me acarició la piel, me sentía a gusto. Amaba verlo ahí, con el pelo húmedo enmarcando sus facciones y la tenue luz del fuego, reflejada en sus profundos ojos, Adrián también me observaba, traía cierta expresión curiosa en el rostro. Lanzó un suspiro.

—Eres preciosa —susurró, con una voz rasposa que me llegó hasta el alma.

Posó los labios en medio de mi pecho, que aún estaba empapado por la lluvia, luego subió hasta encontrarse de nuevo con mis labios, instintivamente, mi cuerpo se pegó más al suyo, pude sentir como se tensaba. Profundizó más el beso y posó su mano sobre mi vientre, por debajo de la tela, subió hasta encontrarse con mis pechos, una caricia cálida me llenó de sensaciones. Tomó mi camiseta y se las arregló para quitármela, acto seguido, desabrochó el sujetador, sentí el rastro de humedad que dejó la prenda en mi cuerpo.

Se separó de mí para observarme de nuevo, noté como una media sonrisa se le dibujaba en el rostro, mientras escudriñaba con atención, cada parte que había dejado al descubierto. Su mirada no me intimidó ni por un segundo, en él, solo percibía admiración y deseo. Me encantaba ser admirada y admirarlo también, pero sentí una necesidad inmensa de que regresase a mis labios, de que me envolviese en sus brazos otra vez y de repente, como si pudiese escuchar mis pensamientos, se quitó la camiseta y volvió hacia mí.

Somos luz de estrellasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora