38. Electricidad

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Estaba sentada en un sofá artesanal intentado saborear el té helado que había pedido, mientras, no podía dejar de pensar en la extraña actitud de Adrián cuando lo saludé al llegar, estaba como frío y distante, no me trató mal, ni mucho menos, pero había algo diferente en su forma de interactuar conmigo.

El lugar ya se había llenado de gente, aunque no estaba a tope, había varias mesas ocupadas. Los chicos estaban haciendo los últimos ajustes para tocar y yo no podía dejar de mirar a Adrián, me sorprendí con la incapacidad de quitarle los ojos de encima, era placentero mirarlo, observar todos sus detalles mientras se preparaba para el show.

Traía el pelo ondulado y despeinado, parte de él le caía por la frente enmarcando sus facciones y un atisbo de sus rizos se asomaba por detrás de las orejas; vestía una camisa negra arremangada y abierta, dejando entre ver una camiseta blanca y varios colgantes metálicos que brillaban bajo las luces que lo enfocaban; en sus manos, centellaban anillos dorados de todos los tamaños. Portaba esa pinta de músico despreocupado, pero con un estilo que atraía a cualquiera que pasase la vista por encima, lo que más me llamó la atención fueron sus botas militares negras, nunca se las había visto puestas, sin embargo, le quedaban perfectas.

Sus ojos felinos tenían la vista perdida en un punto del público, intuí que estaba metido en su curiosa mente, me pregunté en que pensaba; en ese instante, como si lo hubiera llamado telepáticamente, sus ojos se posaron en mí, le sostuve la mirada a lo lejos, no me devolvió el gesto; por alguna razón, el breve encuentro me había acelerado el corazón a mil y antes de que tuviese tiempo de pensar al respecto la banda empezó a tocar.

Al instante quedé cautivada con lo que percibían mis oídos, era música diferente, algo que yo nunca había escuchado, exceptuando alguna que Adrián me había mostrado por encima, Luna me aclaró que eran covers de artistas que les encantaban y aunque yo no conocía ninguna canción, puedo jurar que cuando Adrián empezó a cantar, sentí que todas eran mis favoritas.

Su voz era afinada, con ciertos toques rasposos en las notas altas, cada que sus labios se acercaban al micrófono una explosión de euforia me invadía, la banda era buena, se escuchaba muy bien, pero él, él brillaba en el escenario, trasmitía todo con su voz, con sus movimientos, dándole así un toque único y personal a cada canción.

Esperé durante toda la presentación que en algún momento voltease a mirarme de nuevo, pero nunca ocurrió, y como si hubiera un pacto entre nosotros de que tenía que haberlo hecho, empecé a sentir desilusión, era como si ya no quisiese compartir su magia conmigo nunca más, sé que suena tonto haber sacado todas esas deducciones solo por un acto tan simple, pero así me sentía y ni siquiera yo entendía por qué.

La presentación no duró mucho, ya que ese día habría otras bandas tocando, ellos eran los primeros, cuando finalizaron, por cierto, con una canción asombrosa, él publico los despidió con un aplauso enérgico y los chicos parecieron satisfechos con la respuesta de la gente.

—Deberíamos ayudarlos a guardar las cosas en la camioneta —dijo Luna mientras todos bajan del escenario.

Asentí y la seguí hasta donde se encontraba la banda, Adrián estaba guardando su guitarra en un estuche rígido sobre una mesa de madera, Celeste y Román recogían los cables de unos amplificadores, estaba indecisa y ansiosa sobre cómo proceder, pero después de meditarlo por unos segundos, me armé de valor y me acerqué a él.

—¿Necesitas ayuda? —pregunté con cautela.

Él me regaló una sonrisa cortés.

—No, tranquila, quizás Román la necesite más que yo, esos amplificadores nuevos son una pesadilla —respondió amable, pero se sentía distante, tal como cuando me saludó más temprano.

Somos luz de estrellasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora