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-Sí — dijo, acercándose a la mecedora que estaba junto a la cama, su pijama estaba sobre el respaldo. Lo cogió y después miró a Emilio y a la toalla verde que aún llevaba alrededor de sus esbeltas caderas. No podía dejar que se metiera en la cama con él de esa manera.

Ahuevo que si se puede

No, no puedo

Aún guardaba los pijamas de su padre en el dormitorio que había pertenecido a sus progenitores; ahí estaban todas sus pertenencias y para Joaquín, era un lugar sagrado. Teniendo en cuenta la anchura de los hombros de Emilio, estaba seguro que las camisas no le servirían, pero los pantalones tenían cinturas ajustables y aunque le quedasen cortos, al menos no se le caerían.

Espera aquí — le dijo — No tardaré nada

Después de verlo marcharse como una exhalación, Emilio  se acercó a los ventanales y apartó las cortinas de encaje blanco. Observo las extrañas cajas metálicas que debían ser automóviles mientras pasaban delante de la casa con aquel zumbido tan extraño que no cesaba un instante, semejante al ruido del mar. Las luces iluminaban las calles y todos los edificios; se parecían a las antorchas que había en su tierra natal.

Qué insólito era este mundo. Extrañamente parecido al suyo y, aun así, tan diferentes.

Intentó asociar los objetos que veía con las palabras que había escuchado a lo largo de las décadas, palabras que no comprendía. Cómo televisión y bombilla.

Y por primera vez desde que era niño, sintió miedo. No le gustaban los cambios que percibía, la rapidez con la que las cosas habían evolucionado en el mundo.

¿Cómo sería todo la siguiente vez que lo invocaran?

¿Podrían las cosas cambiar mucho?

O lo que era más aterrador, ¿Y si jamás volvían a invocarlo?

Tragó saliva ante aquella idea. ¿Y si quedaba atrapado durante toda la eternidad?, Solo y despierto. Alerta. Sintiendo la opresiva oscuridad en torno a él, dejándolo sin aire en los pulmones mientras su cuerpo se desgarraba de dolor.

¿Y si no volvía a caminar de nuevo como un hombre? ¿O hablar con otro ser humano? ¿O tocar a otra persona?

Está gente tenía cosas llamadas ordenadores. Había escuchado al hombre de la librería hablar sobre ellos a los clientes. Y unos cuantos habían dicho que, probablemente, los ordenadores sustituirían un día los libros.

¿Qué sería de él entonces?

Vestido con un pijama azul marino y pantuflas de Stitch, Joaquín se detuvo en la habitación de sus padres, junto a la puerta de espejo del vestidor, dónde guardo los anillos de boda el día posterior al funeral. Podía ver el débil resplandor del diamante Marquise de medio quilate.

El dolor hizo que se le formará un nudo en la garganta; Luchó contra las lágrimas que amenazaban con brotar de sus ojos.

Con 20 años recién cumplidos en aquella época, había sido lo suficientemente arrogante como para pensar que era una persona madura y capaz de hacer frente a cualquier cosa que la vida le pusiera por delante. Se había creído invencible. Y en un segundo, su vida se derrumbó.

La muerte le arrebató todo aquello que alguna vez tuvo: la seguridad, la fe, su creencia en la justicia y, sobre todo, el amor sincero de sus padres y su amor incondicional.

A pesar de toda la vanidad juvenil, no había estado preparado para que le arrebatan por completo a su familia.

Y, aunque habían pasado 5 años, aún los echaba de menos. El dolor era muy profundo; y el viejo dicho aquel, según el cuál era mejor no haber conocido el amor antes de perderlo, era un enorme fraude. No había nada peor que perder a las personas que te quieren y te cuidan en un accidente sin sentido.

dios del sexo emiliacoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora