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— Cuéntame entonces, ¿Qué haces mientras estás en el libro? ¿Te tumbas y esperas a que te invoquen?

Él asintió.

Emilio se encogió de hombros y Joaquín cayó en cuenta de que, en realidad, no demostraba tener un gran número de expresiones.

Ni de palabras.

Se acercó a la mesa y se sentó en un taburete frente a él.

-A ver, de acuerdo con lo que me has dicho tenemos que estar juntos durante un mes, ¿Qué tal si nos dedicamos a charlar para hacerlo más agradable?

Emilio levantó la mirada, sorprendido. No recordaba la última vez que alguien había querido conversar con él, excepto para darle ánimos o hacerle sugerencias que lo ayudarán a incrementar el placer que les proporcionaba. O para pedirle que volviera a la cama. Había aprendido a una edad muy temprana que las personas solo querían una cosa de él; esa parte de su cuerpo enterrada profundamente entre sus muslos.

Con esa idea en la mente, paseo lentamente la mirada por el cuerpo Joaquín, deteniéndose en su cintura, la cuál era sorprendentemente diminuta, Joaquín cruzó los brazos avergonzado y espero a que él lo mirará a los ojos, Emilio casi soltó una carcajada. Casi.

-A ver — dijo él utilizando sus mismas palabras — Hay cosas que hacer con la lengua mucho más placenteras que charlar, como pasártela por el torso o la garganta — bajo la mirada hacia el lugar donde, quedaría su regazo a través de la mesa — Sin mencionar otras partes que podría visitar...

Por un momento, Joaquín se quedó sin habla. Y después le encontró gracia al asunto. Y un segundo más tarde empezó a ponerse muy cachondo. Cómo terapeuta, había oído cosas más sorprendentes que esa. Sí, claro, pero no lo había dicho una persona con la que él no quería hacer otra cosa aparte de hablar.

-Tienes razón, hay muchas otras cosas que se pueden hacer con una lengua; como por ejemplo, cortarla — le dijo y se regodeo en la sorpresa que reflejaron sus ojos — pero soy un chavo al que le gusta mucho hablar, y tú estás aquí para complacerme ¿Cierto?

Su cuerpo se tensó de una forma muy sutil, como si se resistiera a aceptar su papel

-Es cierto

-Entonces, cuéntame lo que haces mientras estás en el libro.

Joaquín sintió como sus ojos lo atravesaban con una intensidad tan abrasadora que lo dejo intrigado, desconcertado y un poco asustado.

-Es como estar encerrado en un sarcófago — contestó él en voz baja — oigo voces, pero no puedo ver luz ni alguna otra cosa. No puedo moverme, simplemente me limito a esperar y escuchar.

Joaquín se horrorizó ante la simple idea. Recordaba el día, mucho tiempo atrás, que se había quedado encerrado accidentalmente en el armario de herramientas de su padre; la obscuridad era total y no había modo de salir. Aterrorizado, había sentido como se le oprimían los pulmones y que la cabeza empezaba a darle vueltas por el miedo. Chillo y pataleo contra la puerta hasta que sus manos estuvieron llenas de moretones.

Finalmente, su madre lo escuchó y lo ayudo a salir. Desde entonces, Joaquín sentía una ligera claustrofobia debido a la experiencia. No podía imaginarse lo que sería pasar siglos enteros en un lugar así.

-Es horrible — balbuceó

-Al final llegas a acostumbrarte. Con el tiempo

-¿De verdad? — no estaba muy seguro, pero dudaba que fuese cierto. Cuando su madre lo saco del armario, descubrió que solo había estado encerrado media hora, pero a él le había parecido una eternidad, ¿Qué se sentiría pasar realmente una eternidad encerrado? — ¿Has intentado escapar alguna vez?

La mirada que le dedicó lo decía todo

-¿Qué sucedió? — Joaquín preguntó

-Obviamente no tuve suerte

Se sentía muy mal por él. Dos mil años encerrado en una cripta tenebrosa. Era un milagro que no se hubiera vuelto loco. Que fuera capaz de sentarse con él y hablar. No era de extrañar que le hubiese pedido comida. Privar a una persona de todos los placeres sensoriales era una tortura cruel y despiadada. Y entonces supo que iba ayudarlo. No sabía muy bien cómo hacerlo, pero debía haber un modo de liberarlo.

-¿Y si encontramos el modo de sacarte de ahí?

-Te aseguró que no hay ninguno

-Eres un tanto pesimista ¿No?

Lo miro divertido

-Estar atrapado durante dos mil años tiene ese efecto en las personas.

Joaquín lo observó mientras acababa la comida, con la mente en ebullición. Su parte más optimista se negaba a escuchar su fatalismo, exactamente igual que el terapeuta que había en él se negaba a dejarlo marchar sin ayudarlo. Había jurado aliviar el sufrimiento de las personas, y él se tomaba sus juramentos muy a pecho.

Quién lo sigue, lo consigue. Y aunque tuviese que pelear contra el viento y la marea ¡Encontraría la forma de liberarlo!

Mientras tanto, decidió hacer algo que dudaba mucho que alguien hubiese hecho por él antes. Las otras personas lo habían mantenido encerrado en los confines de su dormitorio o sus roperos, pero él no estaba dispuesto a encadenarlo

-Bien, entonces digamos que está vez, serás tú el que disfrute — él alzó la mirada del plato con repentino interés — voy a ser tu sirviente — continuó Joaquín— haremos cualquier cosa que se te antoje. Y veremos todo lo que se te ocurra — mientras tomaba un sorbo de vino, Emilio curvó los labios en un gesto irónico

— Quítate la camisa

—¿Cómo? — preguntó Joaquín. Emilio dejo a un lado la copa de vino y lo atravesó con una candente y lujuriosa mirada

—Has dicho que puedo ver lo que quiera y hacer todo lo que se me antoje. Bien pues quiero ver tu piel al desnudo y después pasar mi lengua por...

-¡Hey, hey, hey! Relájate — le dijo Joaquín con las mejillas ardiendo y el cuerpo abrazado por el deseo — creo que vamos a tener que dejar en claro unas reglas que tendrás que cumplir mientras estés aquí. Número uno: nada de eso.

-¿Y por qué no? — eso mismo le exigió su cuerpo entre la súplica y el enfado.

-Porque no soy ningún gato callejero con el rabo alzado para que cualquier gato venga, me monte y se largué.


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Al fin decidí hacer una maratón si adivinan cuantos capítulos voy a subir les pongo dedicatoria en el ultimo capitulo 


Nos leemos en un rato

dios del sexo emiliacoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora