CAPÍTULO IV

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DAMIEN.

Al igual que dos barcos encontrándose en medio de la noche, entre las olas más salvajes y el viento más indómito, nuestra coincidencia había sido solo pasajera.

No podía evitarlo, por mucho que intentara. Pensaba en él y pensaba en ella todos los malditos días y a cada maldita hora, y siendo franco, ya comenzaba a temer que así fuera por el resto de mi vida.

A pesar de que tuve la oportunidad de conocerlo y compartir algo de tiempo con él, no estaba satisfecho. Desde que Dimitri murió, comenzó a vivir en mi cabeza todo el tiempo y al parecer, no tenía intenciones de irse.

Nuestros limitados recuerdos me atribulaban, y uno de ellos en específico me atacó durante la noche:  la imagen de ambos recostados en la cama de su casa, preparándonos para ir a dormir, una noche antes de su muerte.

—¿Cómo era él? —pregunta acomodándose en la cama­—. Tu padre. Quiero decir, nuestro padre.

Solté un suspiro.

—No el mejor del mundo, sin duda, pero era todo lo que yo tenía y eso hacía que se sintiera como algo especial.

Se quedó en silencio por unos momentos.

—Me hubiera gustado conocerlo, incluso si es solo para agradecerle por venderme a otra familia. No quiero ofenderte, Damien, pero ahora sé con seguridad que esto no es lo mío. Yo no me vería en una vida como esta, llena de mafiosos y crímenes, viendo como la gente que amo está siempre en peligro. Yo soy un músico, no un agente ruso. Así no es como yo quiero vivir.

Por alguna razón, sus palabras alcanzaron fibras delicadas dentro de mí, y vaya que eso ya era mucho para decir.

—Tampoco yo —le confesé.

—Cuando acabemos con Mason quiero regresar a Rusia. Quiero casarme con Katerina, formar una familia con ella y comenzar con mi carrera de pianista. Quiero dejar todo esto de lado, menos a ti. Tú siempre tendrás un lugar reservado en mis presentaciones.

Le di una sonrisa apretada para intentar ocultar mi conmoción.

En serio creí que jamás me abandonaría.

Te fuiste demasiado pronto, Di, y lo peor es que a penas y pudiste darte cuenta.

Al amanecer, me topé con la figura de Nikolai, esperándome con una gran sonrisa en la sala y un par de bolsas sobre la mesa. No sabía en qué momento había viajado desde Rusia hasta acá, pero a él le gustaba hacer ese tipo de cosas para "sorprenderme". Se acercó a mí y me dio un fuerte abrazo paternal como saludo, luego me di cuenta de que las bolsas sobre la mesa en realidad eran el desayuno.

Conversamos un poco sobre nuestra semana y mientras comíamos, mi teléfono sonó repetidas veces. Miré la pantalla de reojo y al leer el nombre de quien llamaba, decidí ignorarlo.

Era Rose, insistiendo para que le respondiera.

Otra vez.

Nikolai se percató de esto y de mi expresión de disgusto.

—Pasas mucho tiempo solo, Damien —me dice, en un tono compasivo—. No te iría mal encontrar alguien a quien entregarle tu corazón. Alguien con quién compartir tu tiempo, y no me refiero a esas chicas con las que sales los fines de semana para después ignorarlas.

Me encogí de hombros y seguí ingiriendo mi desayuno.

—Tengo un perro.

Su rostro cambió a uno más relajado.

IGNATI [#3] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora