CAPÍTULO II

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ZOE.

Aquí vamos de nuevo.

—¡Bienvenida a casa, Zoe! —una mezcla de voces al unísono me sorprendió al abrir la puerta.

La imagen de mis seres queridos sosteniendo una gran pancarta de bienvenida me recibió. Pegué un brinco de susto al ser tomada completamente desprevenida.

Lo primero que identifiqué fue a mi mejor amigo, Kian, parado en la sala de mi casa con un ridículo gorrito de fiesta y estallando un cañón de confeti con mi llegada. Lo segundo fue a mamá, acercándose a mí con lágrimas en los ojos para envolverme en un cálido abrazo maternal.

—Bienvenida de vuelta, hija. No sabes cuánto te extrañé. Ya estás en casa.

La rubia Mónica también estaba ahí, con una gran sonrisa. Estaba tan alegre que ni siquiera pudo esperar a que el abrazo de mamá terminara para correr hasta mí.

Todos parecían felices con mi regreso, pero honestamente, yo solo podía estar asustada.

Hace dos años, cuando la policía atrapó a Mason, me vi obligada a huir de la ciudad para no ser enviada a prisión. Huí a Washington, yo sola, dejando detrás todo el caos que me perseguía. Evidentemente, no pude continuar asistiendo a la universidad, así que Rider se encargó de consiguir un permiso especial que me permitiera cursar el ciclo en línea. Hablábamos de una modalidad que se otorgaba a personas que habían sufrido terribles accidentes y tenían que permanecer en los hospitales por mucho tiempo, madres jóvenes que estaban a punto o acababan de parir u otras situaciones extrañas como la mía.

Mientras yo limpiaba baños en Washington, Rider se encargaba de demostrar mi inocencia en los juzgados de California para que pudiera volver a casa lo antes posible.

Luego de dos años defendiéndome, lo logró.

Y ahí estaba yo, de vuelta en Los Ángeles luego de tanto tiempo, libre de cualquier cargo y a punto de cursar el último año de universidad como si nada hubiese sucedido.

La cosa era que, por mucho que yo intentara alegrarme de mi regreso a casa, este lugar solo podía traer dolor a mis recuerdos. Las personas, las calles, todos aquellos momentos que alguna vez pasaron sobre este suelo y no volverán jamás.

Dolía.

Quizá era mejor idea permanecer en Washington y seguir fingiendo que nada ocurrió.

Mis pensamientos se vieron interrumpidos cuando mi hermano William apareció frente a mí, sosteniendo un lindo pastel hecho en casa con ayuda de unas pequeñas manos extra.

Fue imposible no sonreír al ver que ella también estaba involucrada en mi sorpresa de bienvenida.

—Que bueno que regresaste —dijo con esa dulce voz.

Me incliné hacia ella, acaricié su cabello y tomé el pastel de sus manos.

—Gracias. Has crecido mucho, Kristel.

El tiempo no se detenía por nada; mucho menos por mí. Ella ahora tenía siete años y se había convertido en una hermosa niña sana y feliz.

Hablaba con ella por videollamada cada fin de semana mientras yo estaba lejos, por lo que pude ver poco a poco cómo crecía y además, me aseguraba de que estuviera llevando una vida digna para una niña de su edad.

Cuando Mason fue derrotado por el ejército de Dimitri, los rusos intentaron quedarse con ella para investigar más sobre la familia de Coleman. Todos estaban preocupados, pues creían que la niña era una potencial psicópata que continuaría con el trabajo de su padre en cuánto ganara un poco más de conciencia. William y yo tratamos de buscarle un hogar, pero ninguno era lo suficientemente seguro para ella. Fue así que tomamos la decisión de dejarla en el refugio que le creó Dimitri.

IGNATI [#3] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora