CAPÍTULO XI

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DAMIEN.

Sé que estás escuchándome. Lo sé, y también sé que muy, muy dentro de ti, puedes entenderme. Vamos, haciendo un balance de los daños, creo que tengo perdón. Todo este tiempo juntos, ya sabes, hemos compartido grandes momentos.

Di un pequeño trago a la cerveza que sostenía en mi mano derecha, mientras con la izquierda, manejaba el volante del coche. Observé el espejo retrovisor, dirigiéndome a Mason, quien se encontraba en los asientos traseros, atado de pies y manos y altamente drogado a causa de unos fuertes sedantes que le había aplicado para que no diera problemas al viajar.

Llevaba al menos seis horas conduciendo por la carretera, platicando con Mason, aunque él estuviera inconsciente y no pudiera responderme en realidad. De todas formas, en cualquier momento el sedante comenzaría a dejar de ser efectivo y tendría que drogarlo nuevamente. No está escrito en ningún lado, pero definitivamente, esta es la única manera de viajar con un loco psicótico sin que a) intente sacarte los intestinos b) intente huir y recuperar su libertad c) la policía te atrape.

Sí, en un inicio quise correr al aeropuerto y tomar el primer vuelo a California, pero no podía dejar a Mason solo. ¿Qué debía hacer? ¿Pedirle a la vecina de la casa rodante que cuidara y alimentara a mi mascota, la cual por cierto, era un maldito psicópata moribundo, sediento de venganza? No había otra opción, la única manera de regresar a Los Ángeles para reunirme con Auro y Matthew, era utilizar el mismo método con el que traje a Mason hasta Nueva York: drogarlo todo el jodido camino y conducir por dos días seguidos.

—En cuanto lleguemos vas a conocer el infierno —suelta Mason con dificultad y entre jadeos, confirmándome que el efecto de la droga ya comenzaba a irse—. Damien, si crees que has conocido el dolor durante toda tu vida y piensas que ya no tienes nada que perder, no me has conocido en absoluto. Estoy enfermo —pronuncia débilmente—, puedo darte mucho más dolor, más sufrimiento. Siempre habrá más.

Bufé.

—Nos espera un viaje de 38 horas, cállate y no lo hagas más cansado de lo que ya es.

Salí del camino un momento para frenar el auto. Ya una vez fuera del asfalto de la carretera, me detuve y abrí la guantera para preparar otra dosis de sedante para Mason. Bajé del auto y abrí la puerta del asiento trasero; de todas formas, él no podría escapar aunque quisiera, estaba débil, con una prótesis deteriorada y además, no tendría a dónde huir. Nos encontrábamos en medio de la nada.

—Lo confirmaste, ¿verdad? Ignati te confirmó que inscribió a Zoe en el juego.

—Te diré qué es lo que confirmé, número uno, eres la persona más irritante del mundo y número dos, Ignati es un gran imbécil —pausé—. No dijo nada, pero no confío en él.

—Me necesitas a mí, sabes que puedo controlar los juegos como yo quiera. Soy el maldito Akim Komarov.

—Literalmente hay un millón de personas en las que preferiría confiar antes de ti —le confesé—. Además, hace dos años que nadie sabe nada de ti. Dejaste de ser relevante, acéptalo y afróntalo.

Intentó reincorporarse en el asiento y el tono de su voz cambió a uno más serio. Podía notar que se esforzaba por mantener una conversación conmigo.

—Damien, estamos en el mismo equipo. Quiero lo mismo que tú, que Auro y que el inútil de Iñaki; que Zoe esté a salvo. Sé que mi hija está con ella, y lo que sea que le pase a Zoe, le pasará a Kristel. No puedo protegerla. Ahora solo Zoe puede hacerlo.

—Owmm, pero que tierno es papá oso —expresé llevando las manos a mi pecho en manera de burla—. ¿Y si quiera pensaste en tu pequeña cría antes de, mmm no sé, actuar como un maldito loco a quien no le importa nada?

IGNATI [#3] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora