Capítulo II

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Luego de dejar la mesa y ver como mi madre le hacía masajes cariñosos a mi padre en la cabeza afirmando que nada malo iba a ocurrir vagué por los pasillos del reino completamente aburrida y a sabiendas que si me acostaba sería en vano, era mala intentando conciliar el sueño incluso cuando era pequeña, al principio me leían cuentos, luego, cuando no dormía nada y mis padres ya estaban cansados me dejaban una taza de té y un libro de tácticas de guerra en busca de que me aburra y me duerma. 

Lo único que habían logrado, era fascinación, y cada noche bajaba a la cocina y le pedía a la doncella que trabajaba en la noche que me de galletas, más té y que no se lo diga a mis padres que creían que habían logrado su cometido. 

Creyeron aquello por casi un año, hasta que una vez, jugando con las plantas del interior del castillo alerté al Fenrir, que aulló de forma escandalosa llamando la atención del castillo entero, incluyendo la de mis padres que se enfadaron un poquitín demasiado. 

Me reí sola al recordarlo, incluso lo impresionados que estaban todos cuando descubrieron que me había leído casi todos los libros de guerra de la biblioteca para mis diez años. 

Desde aquel momento en que fui descubierta y el Fenrir me tuvo bajo la mira como si fuese una criminal peligrosa nadie dudó en llamarme salvaje, suponía lo era un poco, aunque odiaba ser llamada de esa forma. 

A veces, mi padre hablaba de dejar el castillo, de tener una cabaña en uno de los pueblos mas pequeños y boscosos y solo vivir allí, nuestra familia, sin corona, sin guardias y sin el peligro de nuestra sangre. Pero era un lujo que no podíamos permitirnos. 

Vivíamos en Valëdka, un reino que fue forjado hace casi mil años, luego de que un montón de aldeas hayan luchado con todo lo que tenían y para rematar, luego de que el gran lobo Fenrir y uno de los tantos dioses de Asgard hayan usado las tierras como campo de guerra, la historia era larga, mi madre lo contaba como un dulce cuento de hadas que yo adoraba, en donde Ragnar Nátur unió su sangre con la del Fenrir y lucharon juntos todas las guerras hasta lograr la paz y crear el reino que yo conocía. 

Si yo lo contaba no tenía sentido alguno. 

Volví a reírme, cansada de forma espantosa, parándome frente al bosque.

Aquel que decían era tan espeso que cruzarlo representaba no volver a casa, no un humano cualquiera al menos, pero mi sangre había perdido hace tanto tiempo aquel pulso cazador y protector que nadie lo cruzaba, ni con la armadura del Fenrir. 

Un brillo extraño alumbró la medianoche, el rayo fue inmenso y solo un segundo luego el cielo tronó dándome la impresión de que llovería, pero no era así. El rayo cayó a unos escasos metros de mí, haciendo temblar la tierra que trasmitió aquella carga de energía en mi cuerpo de forma dolorosa. 

Apreté la mandíbula por la sensación y mis ojos se enfocaron en una figura descomunalmente grande, un estremecimiento doloroso se esparció por mi columna y  mirando la tierra en donde el hombre estaba parado descubrí el verde cesped quemado, mi único defecto, era lo conectada a la tierra que me había hecho con el tiempo, sentía su dolor y su calma. 

— Hija de Victory — la voz grave y levemente ronca me hizo adaptar mi vista en medio de la oscuridad. 

Para mi sorpresa, me vi obligada a levantar la mirada para poder llegar a ver su rostro, caminó hacia mí, dando solo dos pasos más cerca en donde la iluminación le dio directo al rostro dejándome ver a un hombre con los ojos azules y el cabello rojizo, la nariz respingada y una mandíbula marcada.

Un hombre atractivo, con el cabello como las llamas del fuego y los ojos como el cielo azul, sabía quién era, mi madre me lo había dicho. Un compañero de guerra. 

El destino de los DiosesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora