Capítulo XII

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Su frontera estaba abierta, pero ni una sola alma en su maldito reino no recorría por sus calles, pero los sentía a la distancia, sentía su furia, su temor, su odio a mi reino, a mi y era gratificante, que me teman, que teman mi poder, el poder de Valëdka y que nunca más en sus miserables vidas se atrevan a querer alzarse sobre mi reino.

Las tropas se desplegaron, cada capitán en un camino, cada guardián, cada miembro guerrero de mi familia con la sed de ganar. Bajé del caballo palmeando un poco su cabeza en agradecimiento, y caminé, absolutamente sola viendo a mis tropas a lo lejos, me incliné un poco y con las yemas de mis dedos toqué la tierra a un costado, ubicando sus raíces, el Fierro no era ni la mitad de fértil de lo que era Valëdka y eso era algo que cambiaría tan pronto tome sus tierras en mis manos. Lo árido del lugar, se sentía en mí, la tierra sufría y me lo trasmitía en una suplica silenciosa.

Cuando finalmente sentí el principio de las ramas de sus tierras sonreí y me enderecé rompiendo calles de tierra y pavimento, casas y plazas sacando raíces de una nueva era, arrastré raíces a mi paso y dejé otras vivas en zonas a mi alrededor donde en el momento me parecieron buenos y haría que mi tío Ikand riegue tan pronto lo vea. Los gritos por la tierra rompiéndose de forma estruendosa llegaron a mi y solo unos metros allá vi su castillo, mal ubicado, pero delicadamente posado en el principio de todo, imponente, poderoso y casi tan hermoso como podría ser con las banderas de Valëdka, con la viveza de un nuevo gobierno.
Llegué a las escaleras largas que me llevarían a la puerta principal cerrada con hierro puro y fijando a unos metros vi a mi padre, a mi tío Rowel y a mis capitanes listos.

La verdad, era que el montón de tropas, era por infundir mido, no habría batalla, no podía permitirles una misera oportunidad, lo que iba a hacer, era extinguir a los portadores del hierro bendecidos por el dios Tyr.

- Es hora - pronuncié y Rowel tomó aquello como un asentimiento.

Movió las manos y admiré la forma en que un hielo puro cubría el camino a la puerta en un hielo celeste, en su forma más dura posible. Apartándo a todos sabiendo que sería algo violento permití a mis preciadas raíces abrirse paso y de un solo golpe brutal golpear tan fuerte, que las puertas se rompieron con el hielo y se golpearon con fuerza por las paredes haciendo temblar la edificación de rocas.

- MI NOMBRE ES HOPE, PRINCESA DE VALËDKA Y ESTOY AQUÍ POR CADA HEREDERO DEL FIERRO ASÍ SEA DENTRO DE SU MADRE.

Subí un escalón y otro y otro, recibiendo el terror que emanaban alimentando al Fenrir, alimentándome de forma gloriosa. Las grandes raíces crecieron, sus nuevas partes recorrieron cada energía viva y entre gritos y terror me aferré con mis ramas a cada humano que emanaba la energía del hierro.

- ¡TE ORDENO, HOPE DE VALËDKA SUELTES A MI GENTE O VOY A MATARTE ASÍ COMO A USHER!

Empecé a reír, la carcajada fue escandalosa mientras me detenía a mirar al rey del fierro al principio de unas escaleras hermosas que daban al primer piso. Ese era el real, rondando los veinticinco años, el último Fierrano nacido puro, el menor en busca de un herededor que jamás tendría.

- ¿Un fierrano matando a una VanagandrNátur? ¡Rey de Valëdka! Admiro que sigas tus sueños, pero ese es ridículo - exhalé riendo bajito, calmándome, su mirada estaba en mí y el hierro que emanaba estaba acercándose, lento, meticuloso - es triste que esa vergüenza de sueño sea el último que puedas tener y es tan triste que ese vago intento de matarme sea tan fácil de evitar como romperte el cuello con mis propias manos - seguí caminando, por debajo de mí podía sentirle seguirme, tonto fierrano, ¿ese era su rey? por eso una reina que aún no sabía nada de la corona iba matarle - te cuento ya, asqueroso fierrano, que poseo el dulce don de sentír la tierra - mis pasos no se detuvieron - puedo sentir lo que ella siente, saber lo que sabe, saber que tus metales que pertenecen a la naturaleza están debajo de mí, esperando a que esté lo suficientemente cerca de ti para que no luzcas tan cobarde.

- Cobarde eres tú que planeas eliminar una raza bendita por los dioses.

- ¡BENDITA POR LOS DIOSES! - reí otra vez, negando - los dioses no te dieron una bendición, es una maldición, ¿Sabes por qué? Porque ese don tuyo, es lo que va a eliminar a tu gente, tu error va a hacer que cada fierrano que recibió el obsequio de Tyr muera a mis manos.

- Serás una genocida entonces.

Asentí, la palabra me dio un sabor repulsivo en la boca y me obligué a no pensar en ella.

Mataría a los hijos de Tyr, pero los midgardianos del Fierro no soportarían miserias, escasez y no serían callados nunca más.

- La sangre de tu corona por la de tu pueblo, dile a tu dios que te salve, ruega que venga a salvar a tu raza, ¡ORA POR SU PIEDAD!

- Eres como Ragnar, queriendo tomar todo a tu paso - siseó, estaba cerca, lo suficiente para oírle, y esperé su ataque, le miraba esperando pero no, no lo haría, tenía miedo, al menos él, porque a mi derecha lo sentí con rapidez, y el brazalete que me quedaba de la armadura del Fenrir creció, cubriendo mi brazo lo suficiente para que el impulso no me haga daño y las ramas le tomen con la fuerza necesaria, ahorcándolo, hasta que su corazón se detuvo.

- Yo no soy como él porque yo no soy una portadora piadosa, tu sangre, pagará la traición de toda tu gente a lo largo de los siglos.

Me estiré y le tomé por el cuello, tomé su rostro y divisé como todos en su linaje de sangre atacaron, muriendo sin esperanza alguna, sin penas ni glorias. El rey del fierro vivió lo suficiente, solo para ver a los protegidos por Tyr morir, uno a uno.

- ¿Donde está tu dios, fierrano? Dile que le espero, que será un placer hacerle conocer el Valhalla. Será un placer cumplir como una semi Valkiria.

Con la mano derecha en su hombro izquierdo tome su mandíbula y la giré con fuerza, matándolo de un solo golpe. Sostuve el peso de su cuerpo, y bajé las escaleras arrastrándolo por el cuello de su camisa, sin mirar a nadie en específico salí a las calles y arrastré su cuerpo hasta el centro de una plaza desabrida, polvorienta y seca, sin vida alguna.

- ¡Fierranos! - llamé - ¡Este es el inicio de su nuevo pueblo!

Las ramas espinosas de las rosas que hice brotar y me seguían de cerca rodearon su cuello y lo alzaron, colgandolo de un roto y despintado columpio.

Mirando arriba vi una luz, un rayo al que le siguió un trueno que cruzó nubes y una lluvia torrencial cayó mientras la imponente figura del Dios del trueno se acomodaba junto a mi y sonreía.

- Victory me pidió que quite el cadáver de dónde sea lo hayas colgado, la lluvia le hará bien a tus plantas, es un favor.

Miré el cadáver y como las puertas de algunos hogares se abrían, las personas saliendo a sentir la lluvia, a disfrutarla después de tanto, el Fierro no estaba bendecido, de ninguna manera, la maldad de sus antiguos gobernantes lo había causado. No estaban bendecidos, pero yo iba a bendecirlo, con un dios o sin el.

- Conquistaste un reino - oí a Thor y le miré sobre mi hombro con una pequeña sonrisita ladina, podía sentir como dentro de mí, el Fenrir estaba ansioso, eufórico - lo hiciste muy bien, eres una buena reina, hija de Victory. Tu reino dejó de ser reino para ser un imperio.

El imperio Valëdka, aquel que ahora era medio continente.

- Se armarán los demás contra mi.

- Dudo que se animen.

- No voy a arriesgarme.

Sonrió y antes de dar un paso atrás, posó la mano en mi hombro dándome un apretón.

- Te veré en el desayuno, midgardiana.

- Quiero comer pastel.

- Lo pediré para ti. Ahora quita ese cadáver, hay demasiados niños.

Sonreí y un poco alejado sentí aquella descarga energética otra vez, mientras se alejaba de mí y de este reino.

Fierro, solo una extensión más de Valëdka, como siempre debió ser.

Y no, ese cadáver se mantuvo allí.

Al menos estaría hasta que de olor.

El destino de los DiosesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora